Malos presagios financieros

La magnitud de la desaceleración mundial que comenzó en 2008 sorprendió a la mayoría de economistas, así como la lentitud de la recuperación. Si ocurriera otra crisis financiera, la recesión subsiguiente sería más costosa. Algunos suponen que las mejoras a las regulaciones financieras globales adoptadas tras la crisis evitarán que los problemas financieros lleguen a la economía real. Es errado. Las políticas monetarias ultraflexibles están estimulando precisamente el comportamiento financiero riesgoso. El efecto más preocupante de las últimas políticas monetarias ha sido un aumento constante de la proporción de deuda no financiera con respecto al PIB global. La deuda ha crecido en todo el mundo, y las mayores subidas se han dado en los sectores privados de los mercados emergentes, cuando era la recuperación de esas economías parte de la solución poscrisis; hoy es parte del problema. Gran parte de la deuda en dólares ha sido emitida por no residentes en EE. UU. Así, podría suceder otra costosa crisis por la disparidad en los tipos de cambios. Además, los muy elevados precios inmobiliarios parecen encaminarse a un giro, mientras que en muchos países las tasas de interés “sin riesgo” siguen inusualmente bajas. El riesgo crediticio y los diferenciales de deuda tan bajos, en conjunto con índices de volatilidad a la par, invitan a conductas todavía más riesgosas. El alto porcentaje de nuevos préstamos de “cláusulas simples” es testimonio adicional de la excesiva toma de riesgos e implica que los índices de recuperación sobre préstamos impagos serían inesperadamente altos. El que las compañías de gestión de activos y firmas de capitales privados hayan estado reemplazando como entidades crediticias a los bancos afectados por limitaciones regulatorias ha dificultado ver lo que realmente está ocurriendo o predecir cómo se podría dar la retracción financiera futura, sobre todo en mercados emergentes. Otro riesgo importante y reciente es la administración de Donald Trump, cuyas políticas proteccionistas amenazan con ralentizar (ajustado a la inflación) el crecimiento, y elevar la inflación. Aunque la expansión fiscal en EE. UU. podría compensar temporalmente los impedimentos al crecimiento, también exacerbará las presiones inflacionarias y socavará la sostenibilidad de la deuda de largo plazo. El proteccionismo y la expansión fiscal fortalecen el dólar, lo que presiona a exportadores estadounidenses y a extranjeros que se han endeudado en dólares. Peor aún, la declaración de Trump de que no está “entusiasmado” ante la perspectiva de elevar tasas de interés, apunta al riesgo de que una Reserva Federal demasiado complaciente acabe a la zaga de la curva inflacionaria, que suele producir recesión. La administración Trump está usando el dólar cada vez más como arma geopolítica, arriesgándose a represalias y jugándose el futuro del sistema monetario global basado en el dólar. Todo esto eleva la probabilidad de un “refugio” masivo frente a crisis futuras. Si la economía global experimenta otra desaceleración importante, les será mucho más difícil a las autoridades responder como lo hicieron antes. Si las tasas son bajas al inicio, los bancos centrales no tendrán mucho margen para facilitación monetaria tradicional y la adopción de nuevas medidas implicaría la ampliación de los balances de los bancos centrales, que muchos consideran (especialmente en Europa Central) fuente potencial de inflación futura. Si a esto se añade el ascenso de China e India, el papel de líder global de EE. UU. es mucho menos claro que hace una década.