“Flores de un dia son”

“Hoy un juramento, mañana una traición/ amores de estudiante flores de un día son”. Así reza el verso de una canción argentina que viene al pelo en nuestra circunstancia nacional, aunque cambiando una sola palabrita: la de estudiantes por la de políticos. Y al respecto los ecuatorianos ya deberíamos estar curados de espanto, ya que estos desamores que hoy vemos entre los dos primeros mandatarios del país no son cosa nueva y, por ende, ellos no han inventado el agua tibia ni la empanada de morocho. Velasco Ibarra se distanció de Carlos Julio Arosemena. Finalmente, al año de una victoria estruendosa del cuarto velasquismo, el doctor José María tuvo que regresar nuevamente a su Buenos Aires querido. En el caso de Sixto Durán Ballén y Alberto Dahik, el divorcio fue forzado por circunstancias en que el recíproco rencor no fue precisamente el culpable. El cardiólogo Palacio se quedó con el poder, con la sonrisa en los labios, cuando Cinthya lo proclamó presidente rápidamente en el Congreso, antes que el agua se enturbie, porque Lucio había desaparecido mediante una precipitada fuga en helicóptero. Rosalía apenas sí llegó a sentarse en el sillón presidencial por dos o tres días, ya que “Cinturita” no permitió, gracias a una hábil maniobra legislativa que declaró demente al “loco que ama”, que se diera la sucesión normal en el palacio de Carondelet.

Y ahora se da el encontrón entre dos exvicepresidentes que hoy son el dúo del poder. En vista de acusaciones, pedidos con cientos de firmas, videos comprometedores y, sobre todo, unas declaraciones poco amables de Jorge Glas sobre su inmediato superior, Lenín le quitó a este todas las funciones que le había encomendado. Y es que la Constitución vigente, al igual que dos o tres anteriores, establece que el vicepresidente de la República tiene que resignarse a cumplir los trabajos que le encomienda el presidente, a su entero antojo. Pues, ya no tiene, como antaño, la calidad de presidente nato de la Legislatura, como por ejemplo la tuvieron, a su debido tiempo, Francisco Illingworth, Abel Gilbert, Alfredo Chiriboga y Chiriboga y el ya nombrado Carlos Julio.

Por eso sería que, con esa sabiduría que le dio la experiencia, el “gran ausente” señaló que el “vice” era, nada más ni nada menos, “un conspirador a sueldo”.