Posición. El presidente interino de Brasil, Michel Temer, de 75 años.

Los Juegos abren una tregua politica en Brasil

Y en medio del lío, llegan los Juegos Olímpicos. Será raro: nadie se imaginó nunca que iban a pillar a Brasil así. La presidenta elegida dos años y medio atrás, Dilma Rousseff, apartada provisionalmente del poder, verá por la tele la ceremonia de Marac

Y en medio del lío, llegan los Juegos Olímpicos. Será raro: nadie se imaginó nunca que iban a pillar a Brasil así. La presidenta elegida dos años y medio atrás, Dilma Rousseff, apartada provisionalmente del poder, verá por la tele la ceremonia de Maracaná del viernes. También verá a su exvicepresidente Michel Temer, ahora su enemigo furibundo, convertido en presidente interino y en anfitrión de la nación. Mientras, el terremoto político que se vivió en las semanas previas al primer asalto del impeachment de mayo ha dejado paso a una extraña calma chicha (tensa) en Brasilia.

Las Olimpiadas servirán de tregua mientras se prepara el segundo y definitivo asalto del proceso de destitución de Rousseff, que se celebrará, seguramente, en cuanto los atletas se hayan ido.

Tras una maratoniana sesión del Senado, por 55 votos a 22, los senadores brasileños decidían el pasado 12 de mayo abrir el proceso de impeachment a Rousseff. A partir de ese momento, quedaba privada del poder -que no del cargo- y condenada a vivir una especie de exilio interior. Durante todo este tiempo se han sucedido sesiones técnicas del proceso en el Senado, en que unos acusan y otros defienden a Rousseff. Pero nadie les hace mucho caso, pues todo se decidirá en otra votación.

El Comité Olímpico Internacional pidió a Temer que esa votación final se celebre una vez terminados los Juegos, después del 21 de agosto, a fin de no empañar las competiciones. Temer respondió que eso dependía de la agenda del Congreso. Finalmente, el presidente del Tribunal Supremo, Ricardo Lewandowski, acordó con el del Senado, Renan Calheiros, que la parte final del juicio político arranque el 29 de agosto y finalice previsiblemente el 2 de septiembre. Una semana histórica que con mucha probabilidad apartará definitivamente a Rousseff de su cargo.

Sus posibilidades son pocas; pasan por convencer a un puñado de senadores adversos de que si regresa convocará una suerte de plebiscito encaminado a que haya unas nuevas elecciones. Pero será difícil.

Mientras, en los medios económicos se respira cierto optimismo que nadie sabe si va a durar. El PIB retrocederá este año más del 3,3 % según el FMI y el paro sigue subiendo por encima del 11 %, una cifra récord. Pero el dólar, que llegó a finales del año pasado a sobrepasar los cuatro reales al cambio, hoy fluctúa en los 3,20. Y lo más novedoso: hay una cierta sensación de que se pisó ya el fondo del pozo.

Es decir: a la calma chicha política le acompaña un expectante optimismo en la economía. A esto contribuye también la propia gestión del Gobierno en funciones de Temer. Al principio, los expertos auguraban una terapia de choque con una batería de medidas de recortes y subidas de impuestos. Incluso el ministro de Economía de Temer, el circunspecto Henrique Meirelles, dibujó un panorama lúgubre de las finanzas brasileñas al asumir el cargo. Pero las tan temidas medidas no han llegado aún. Los expertos aseguran que lo harán cuando Temer deje de ser presidente en funciones para convertirse en presidente a secas.

Con todo, las encuestas más recientes reflejan que Temer sigue siendo impopular, pero lo es aún más la improbable vuelta de Rousseff. Flota una resignación que, en buena parte, es producto del cansancio de meses en los que el terremoto político lo arrollaba todo. El profesor de Universidad, analista político y escritor Leonardo Avritzer lo resumía así hace pocas semanas: “La sociedad no cree en Temer, pero está cansada de movilizarse”.

A la falta de carisma de Temer, de 75 años, y cierto envaramiento personal muy poco brasileño, hay que sumar algunas memorables meteduras de pata en los últimos días, como cuando avisó, la semana pasada, a toda la prensa nacional, de que esa mañana iba a buscar personalmente a la escuela a su hijo más pequeño, Michelzinho, de siete años, por si los periodistas querían cubrir el asunto.

Tampoco ayudó la revelación de que el Michelzinho tiene ya a su nombre inmuebles por valor de dos millones de reales (unos $ 670.000, € 600.000).