Independencia ilusoria del BCE

Un compromiso con la independencia de los bancos centrales es parte vital del credo que deben defender los responsables “serios” de la política económica. Pero, ¿de qué se espera que sean independientes los bancos centrales? La respuesta parece obvia: de los gobiernos. El Banco Central Europeo es el banco central independiente por excelencia: ni un solo gobierno lo respalda y le está expresamente prohibido apoyar a alguno de los gobiernos nacionales de los cuales es el banco central. Sin embargo, es el banco central menos independiente del mundo desarrollado. La dificultad clave es la cláusula de “no rescate” del BCE -la prohibición de ayudar al gobierno de un Estado miembro insolvente-. Como los bancos comerciales son fuente esencial de financiamiento para los gobiernos miembro, el BCE está obligado a negarles liquidez a los bancos domiciliados en miembros insolventes, por eso se basa en reglas que le impiden desempeñarse como prestador de último recurso. El talón de Aquiles de este acuerdo es la falta de procedimientos de insolvencia para los miembros del euro. En verdad, son los políticos los que le dicen al BCE cuándo cortarle la liquidez a todo un sistema bancario. Si bien el BCE puede afirmar que es independiente frente a gobiernos periféricos insolventes, está absolutamente a merced de los gobiernos de los países acreedores de Europa. Para ilustrar el enigma del BCE, revisemos el trato brindado por los acreedores al Gobierno griego electo en enero de 2015. En diciembre de 2014 ya era evidente que el partido izquierdista Syriza iba camino al poder. El presidente del banco central de Grecia, un brazo del BCE, “predijo” que los mercados estaban enfrentando una restricción de liquidez, dando a entender que una victoria de Syriza tornaría inseguro el sistema bancario -una declaración que sería insensata si no estuviera pensada para desatar una corrida bancaria. Cuando fui nombrado ministro de Finanzas en febrero de ese año, la corrida bancaria estaba en pleno auge y las acciones en caída libre porque Alemania estaba a punto de apagar la luz verde requerida por el BCE para mantener las exenciones que le permitían aceptar el aval griego. Para estabilizar la situación volé a Londres a ofrecer a los financistas un mensaje de moderación y políticas sensatas respecto a las reformas y reestructuración de la deuda. A la mañana siguiente la bolsa rebotó un 13 %, las acciones de los bancos subieron más del 20 % y la corrida bancaria paró. Aquel día, el BCE, presionado por Alemania, rescindió parte importante de su exención, cortando el acceso directo de los bancos griegos al BCE y desviándolos a un financiamiento más costoso del banco central de Grecia. Como era de esperar, los precios de las acciones se desplomaron y la corrida bancaria volvió con fuerza (hubo fuga de depósitos por 45.000 millones de euros en los meses siguientes). Mientras tanto, Alemania y otros acreedores presionaban a Grecia para aceptar nuevas medidas de austeridad como el precio a pagar por revertir la decisión “del BCE”. Esta no fue la única intervención del BCE motivada por consideraciones políticas. El diseño actual de la eurozona hace imposible la independencia del BCE.

Project Syndicate