FMI: una oportunidad de reforma

Este mes se celebra el 75 aniversario de la firma del acuerdo de Bretton Woods, que creó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Para el FMI también es el inicio del proceso de selección de un nuevo director gerente que suceda a Christine Lagarde, quien ha renunciado al ser nominada para la presidencia del Banco Central Europeo. No hay mejor momento para volver a pensar el rol que desempeña el FMI en el mundo. Su papel más importante a lo largo de su historia ha sido ofrecer apoyo financiero a los países durante las crisis de balanza de pagos. Pero la condicionalidad asociada a los programas correspondientes ha sido objeto de mucha controversia. En particular, las políticas que el FMI exigió a los países latinoamericanos durante la década de 1980 y a Europa Oriental y Asia Oriental durante la de 1990, terminaron por crear un estigma a los programas del Fondo que perdura hasta hoy. Se puede argüir que los efectos recesivos de sus programas son menos dañinos que los ajustes que debían enfrentar los países bajo el patrón oro que precedió al sistema de Bretton Woods. No obstante, el próximo director gerente debe continuar con la revisión y simplificación de la condicionalidad, como se hizo en 2002 y 2009. El FMI ha hecho también contribuciones importantes a la cooperación macroeconómica global. Crecientemente, ha sido relegado a un papel secundario en la cooperación macroeconómica, que ha sido liderada por agrupaciones ‘ad hoc’ de las principales economías -el G10, G7 y más recientemente el G20-. El FMI y no los “Gs” deben servir como foro principal para la coordinación internacional de las políticas macroeconómicas; debe promover la creación de nuevos mecanismos de cooperación monetaria, entre ellos los fondos de reservas regionales e interregionales. El FMI del futuro debe ser el centro de una red de fondos monetarios. Debe crear un sistema de canjes de monedas (swaps) para el financiamiento de corto plazo durante las crisis. Los bancos centrales de los países desarrollados usan con frecuencia este instrumento, pero marginan generalmente a las economías emergentes y en desarrollo. Otras iniciativas del FMI han fracasado totalmente, en particular, en 2001-2003: se intentó crear un mecanismo para reestructuración de deudas soberanas, pero las negociaciones colapsaron por la oposición de EE. UU. y algunas importantes economías emergentes. Sin duda, el FMI ha hecho importantes contribuciones al manejo de las crisis de deudas soberanas, en especial mediante sus análisis sobre la capacidad de los países en crisis de pagar sus deudas, y la recomendación de que sean reestructuradas cuando son insostenibles. Pero la creación de un mecanismo institucional de reestructuración de deudas soberanas es esencial y debe estar nuevamente en la agenda. El FMI necesita reformas ambiciosas en su gobernabilidad para reconocer el peso creciente de las economías emergentes y en desarrollo en las cuotas y poder de voto en la institución. Debe terminar con la práctica de elegir siempre a ciudadanos europeos como directores gerentes. La salida de Lagarde es una oportunidad de oro para orientar al FMI hacia un futuro más efectivo e incluyente. Aprovecharla es más importante que dar simplemente la bienvenida a una nueva cabeza de la institución.