El estructuralismo
Luego de lo dicho en nuestra nota anterior, resulta fácil comprender por qué se giró en la educación para focalizar al alumno como eje del proceso educativo y, a la inteligencia desarrollada como objeto a alcanzar. Mas, aunque parezca mentira, todavía se oyen voces que rechazan al estructuralismo, acaso porque temen al hombre capaz de pensar.
El estructuralismo o como quiera que pueda llamárselo, responde al momento histórico que vivimos y nos enfrenta cara a cara con un futuro cada vez más demandante de inteligencias trabajadas, maduradas, elaboradas y hasta sorprendentes.
Que los niños y jóvenes deben aprender a pensar, es un hecho hoy incuestionable; que con ese pensamiento alcanzado deben lograr trabajar con el conocimiento, es necesario; que con ese conocimiento deben adelantar innovaciones, propuestas, cambios y capacidad creativa, es imperativo para que puedan subsistir viviendo libres e indemnes en el siglo XXI.
No hay que tener miedo de enseñar a pensar; hay que temer el dejar a seres humanos expuestos a un mundo cada vez más científico, tecnológico, sorprendente e impactante, sin que haya alcanzado capacidad de reacción, reacción que sin duda está basada en el observar, analizar, cuestionar, criticar y finalmente, crear. El hombre del siglo XXI está obligado a vivir con capacidad crítica y de propuesta o a seguir domesticado por las invitaciones o ideas que le lleguen de los míticos dioses que la posmodernidad ha creado.
Buscar habilidades para desarrollar el pensamiento creativo se imponen, siendo esencial en este punto la capacitación y actualización permanente del docente. El profesor vuelve a ser pieza clave, pues ha de ser el guía, el conductor, el mediador entre el alumno y el conocimiento, y el propiciador para que con el conocimiento se progrese en la vida. Por tanto, hoy como nunca cuenta más que el porqué educar, el para qué educar.
El niño, el joven, requieren encontrar la finalidad de lo que hacen y aprenden en la escuela; quieren sentirse como tales en la sociedad en la que vive pero, quieren saber, para qué les va a servir lo que aprenden.
Luego de lo dicho en nuestra nota anterior, resulta fácil comprender por qué se giró en la educación para focalizar al alumno como eje del proceso educativo y, a la inteligencia desarrollada como objeto a alcanzar. Mas, aunque parezca mentira, todavía se oyen voces que rechazan al estructuralismo, acaso porque temen al hombre capaz de pensar.
El estructuralismo o como quiera que pueda llamárselo, responde al momento histórico que vivimos y nos enfrenta cara a cara con un futuro cada vez más demandante de inteligencias trabajadas, maduradas, elaboradas y hasta sorprendentes.
Que los niños y jóvenes deben aprender a pensar, es un hecho hoy incuestionable; que con ese pensamiento alcanzado deben lograr trabajar con el conocimiento, es necesario; que con ese conocimiento deben adelantar innovaciones, propuestas, cambios y capacidad creativa, es imperativo para que puedan subsistir viviendo libres e indemnes en el siglo XXI.
No hay que tener miedo de enseñar a pensar; hay que temer el dejar a seres humanos expuestos a un mundo cada vez más científico, tecnológico, sorprendente e impactante, sin que haya alcanzado capacidad de reacción, reacción que sin duda está basada en el observar, analizar, cuestionar, criticar y finalmente, crear. El hombre del siglo XXI está obligado a vivir con capacidad crítica y de propuesta o a seguir domesticado por las invitaciones o ideas que le lleguen de los míticos dioses que la posmodernidad ha creado.
Buscar habilidades para desarrollar el pensamiento creativo se imponen, siendo esencial en este punto la capacitación y actualización permanente del docente. El profesor vuelve a ser pieza clave, pues ha de ser el guía, el conductor, el mediador entre el alumno y el conocimiento, y el propiciador para que con el conocimiento se progrese en la vida. Por tanto, hoy como nunca cuenta más que el porqué educar, el para qué educar.
El niño, el joven, requieren encontrar la finalidad de lo que hacen y aprenden en la escuela; quieren sentirse como tales en la sociedad en la que vive pero, quieren saber, para qué les va a servir lo que aprenden.