En cualquier desierto

Si usted ha pensado alguna vez que Jesús de Nazaret, con eso de ser la Segunda Persona de la Trinidad estaba blindado contra los lados oscuros de la libertad, relea con calma el relato de “las tentaciones” de Cristo. Este año lo leemos en Lucas (4, 1-13). El evangelista no pretende decirnos que, programado tras su bautismo, Jesús se fue al desierto para una prueba de resistencia al Maligno.

Más bien, nuestro escritor nos ofrece un panorama de lo que fue el ministerio de Jesús, en permanente jaque con el mal. Él siempre estuvo “lleno de Espíritu Santo” y ese Espíritu lo fue llevando por los desiertos (durante cuarenta días, ¡qué casualidad!), viviendo las hambres de todo tipo.

Se nos cuentan tres tentaciones. -¿Tienes hambre? Soluciona el problema con un milagro; puedes hacerlo y ya está. -Pero yo nunca hago milagros para solucionar mis dolores, siempre son para los otros hijos de Dios. Su pan no es cuestión de milagros. Y, además, mi estómago no es el norte de mi vida, lo dice la Palabra.

¡Ay, qué atractiva y deslumbrante es la segunda tentación! -¿Buscas hacer “otro mundo” regido por la voluntad del Padre? Pues mira, eso se consigue con poder, con mucho poder. “Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”.

Todos los reinos, en el tiempo de Jesús y de Lucas, eran el Imperio romano. El Diablo reconoce que ese imperio es suyo “porque se lo han dado”. ¿Como todos los imperios, se llamen así o de otra manera? Imagínense: el Hijo de Dios mandando en el mundo mundial: todos buenos, todos felices. Ponme como faro de tu deriva y lo podrás hacer. Y Jesús, citando el Deuteronomio (6,13), reconoce que él está atornillado a la voluntad del Padre y a un reino que no es compartible. Lo del Padre no va por el camino del poder, de la banca, de los ejércitos. No te adoro.

En la tercera tentación, Satanás argumenta con un salmo (91) y Jesús contesta desde el Deuteronomio. Tentación al alcance de cualquier templo del mundo: la religión como espectáculo “epatante”, la Palabra de Dios como sustento de actitudes inhumanas, la ilustración bíblica como arma para engatusar multitudes.

“No pondrás a prueba a tu Dios”. Jesús, muy entero, pero sintiendo en su propia carne y en su histórico trabajar cotidiano que la gente estaría encantada con que hubiera aceptado el marketing que el Mal le proponía.

¿No ha sido eso lo que nos ha sucedido por siglos a quienes pretendemos ser la presencia de Jesús en la historia de ahora?

Si el ministerio de nuestro Jesús estuvo transido de conflictividad, el nuestro no será diferente. Solo que ahora las tecnologías pueden dormirnos y, a ritmo de bits, es posible meter gato por liebre. Él ya lo sabía y por eso nos enseñó a pedir, no que se nos quiten las tentaciones, sino que no caigamos en ellas. Francisco lo repite todos los días. Y si caemos... siempre habrá misericordia.

Buenos días.