
Comerse la placenta, una practica rara y peligrosa
Esta actividad la realizan algunas mujeres después del parto, pero puede repercutir desfavorablemente en la salud del recién nacido.
La inusual costumbre de algunas mujeres de ‘ingerir’ la placenta (al natural o en cápsulas) para calmar los síntomas del posparto tiene sus riesgos. A través de la lactancia la madre puede transmitirle a su hijo bacterias, virus, hongos y otras enfermedades infecciosas (que se hallan en el órgano) y poner en peligro la vida del bebé, alerta la publicación Oregon Live y expertos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC).
Un artículo publicado en la revista del CDC cita el caso de un recién nacido, a quien se le detectó una infección por estreptococos, por lo cual estuvo internado once días. Fue dado de alta. Pero después de cinco días volvió a ser hospitalizado. Los médicos determinaron que la madre había consumido, después del parto, cápsulas de su propia placenta (previo envío a una empresa para que las higienice, corte y deshidrate, generando entre 150 y 200.). Afortunadamente el bebé se recuperó.
Este hábito, que se conoce como placentofagia, tiene gran acogida entre muchas mujeres de Estados, Europa y Australia. Según sus defensores, ayuda a generar más leche, combatir la depresión posparto, reducir el dolor y da energía.
La consumen cruda, en batidos (el libro llamado DIY Placenta Edibles ofrece varias recetas) o tomar pastillas que contienen el órgano deshidratado.
Según la CDC ninguna de estas formas de preparación son aptas para el consumo humano porque no eliminan completamente los microorganismos infecciosos.
También descarta los beneficios que se le atribuyen tras su ingesta, pues no existe ensayo alguno que lo respalde, manifiesta la doctora Chelsea Edwood, miembro del comité de enfermedades infecciosas de la Sociedad de Obstetras Canadienses en declaraciones al diario National Post.