Esfuerzo. Manuel Chitupanta tuvo que dejar sus labores agrícolas para trabajar como cargador en un mercado.

Abandonan el campo ante la falta de trabajo

María Toapanta buscó un lugar donde trabajar cerca de su casa, pero le fue imposible. Hace unos meses, en el Centro de Salud de Pujilí, donde laboraba a medio tiempo, le dijeron que no le renovarían el contrato.

María Toapanta buscó un lugar donde trabajar cerca de su casa, pero le fue imposible. Hace unos meses, en el Centro de Salud de Pujilí, donde laboraba a medio tiempo, le dijeron que no le renovarían el contrato.

El dinero que su esposo, Manuel Chitupanta, lleva a la casa es insuficiente. Tiene tres hijos, dos de ellos aún dependen de la pareja, y sostener la casa, las tierras, las vacas es imposible con los 100 dólares que cada semana lleva Manuel.

Por eso María laboraba. Y cuando le dijeron que ya no regrese, buscó otra fuente de ingreso. Incluso pensó en trabajar la tierra, algo a lo que ya había renunciado hace unos años, porque las ganancias por la actividad agropecuaria eran casi insignificantes.

Por eso Manuel decidió dejar la tierra y viajar a Quito para trabajar en la feria libre de La Ofelia, al norte de la capital. Desde entonces lleva cargas de más de 100 libras sobre su espalda, empuja un triciclo, arma carpas, lava papas... hace cualquier trabajo pesado por unos cuantos dólares. Allí trabaja de jueves a sábado y regresa a casa con 100 dólares cada semana.

Cuando María perdió el trabajo y se dio cuenta de que la tierra no le daría mucho para sus gastos, financiar la educación de su hija Erika de 17 años -que ya piensa en la universidad- y de su hijo Milton de 4 años, decidió emprender el viaje con su marido.

Cada jueves salen de Cachi Alto, lugar donde habitan. Ella logró instalar un puesto pequeño y los intermediarios que entregan los productos el jueves le proveen de un poco de verduras y legumbres. Cada semana lleva 30 dólares a la casa, algo distante de los 200 con los que aportaba cada mes, pero “siquiera ayudo”, dice la mujer como tratando de justificar este esfuerzo.

Las historias de Manuel y María se repiten en Cachi Alto, una pequeña población de Pujilí, en la provincia de Cotopaxi. Allí donde gente como María y su esposo engrosan las estadísticas del subempleo que maneja el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).

Según el INEC, en el país el desempleo en marzo pasado en la zona rural se ubicó en el 2,4 % a nivel nacional, y el subempleo en 17,2 %.

El analista económico Luis Iza explica que el movimiento de personas del área rural a la urbana es frecuente, pero en los últimos meses se ha profundizado este proceso de migración. “En Cotopaxi, especialmente en poblaciones como Tigua, Guangaje, comunidades de la zona alta de Saquisilí, durante los días laborables encontramos solo a los adultos mayores. Las comunidades están abandonadas”, sentencia. (F)