Andá pa’llá, bobo

Le quedará grande el cargo a Dina Boluarte, como le quedaba a su exjefe hoy en prisión y la razón es simple: no tiene idea de cómo ejercerlo...’.
Perú no aprende: es una serpiente mordiendo su cola, autodestruyéndose. En los últimos cinco años ha tenido seis jefes de Estado, la mitad de ellos acusada por corrupción. Y con algún presidentito que se fue más rápido de lo que se persigna un cura ñato: Manuel Merino duró 5 días en el puesto. Ni en su casa se acuerdan de que fue presidente.
No solo eso: casi todos los mandatarios que ha tenido en este siglo enfrentan cargos de la Justicia, desde Alejandro Toledo, el sinvergüenza que no quería reconocer a su hija y era uno de los presidentes latinoamericanos a los que compraba la megacorrupta Odebrecht, pasando por Ollanta Humala, Alan García (que se suicidó cuando lo iban a detener), Martín Vizcarra, Pedro Pablo Kuczynski… ¿No hay algún aspirante a honesto por esas tierras? Perdón, acabo de escupir pa’ arriba...
Ahora Perú se desprende de Pedro Castillo, un mandatario que llevaba apenas 18 meses en el cargo, y que al sentirse acorralado por las acusaciones que enfrentaba y la posibilidad de ser destituido por el Congreso, se declaró dictador. La maniobra le salió como le salen las cosas a los tontos con iniciativa: duró tres horas en su función de ‘Yo, el Supremo’. Su mensaje a la nación para justificar el despropósito lo mostró tembloroso, al borde del llanto: no parecía un dictador sino un pilluelo acorralado que no sabe para dónde diablos salir corriendo.
Una semana más tarde del despropósito, Perú tiene nuevo presidente, por primera vez una mujer, así que presidenta, la que en teoría debería gobernar hasta el año 2026. Pero eso es una eternidad en un país institucionalmente desquiciado. Le quedará grande el cargo a Dina Boluarte, como le quedaba a su exjefe hoy en prisión y la razón es simple: no tiene idea de cómo ejercerlo, ella es tan incapaz como su compañero de ruta, al que no dudó en traicionar en cuanto pudo.
Perú no aprende de sus errores. Elige presidentes sin pensárselo y luego los echa como a molestias pasajeras. Andá pa’allá, bobo, les dice ni bien no le cierran las cuentas. Y eso no alivia los síntomas de la enfermedad: los agrava. Le seguirá pasando mientras elija pendejos.