Columnas

El señor Vilaseca

Yo me inclino ante la memoria del señor Vilaseca

Debo haber tenido 11 años de edad cuando mi padre un día me llevó a visitar la finca de un amigo, cerca de una pequeña propiedad agrícola que teníamos en Petrillo. Pocos días antes había recibido desde Venezuela unos injertos de mangos, y había reservado dos plantas para llevarle a regalar a don Juan José Vilaseca en su propiedad (Chivería), muy cerca de la nuestra. Nos recibió muy cordial, llevando a mi padre a conocer un ganado Holstein que tenía, explicándole con amplitud y generosidad de conocimiento los detalles de su manejo. Cuando nos despedimos, y ya de regreso a casa, me comentaba mi padre que era una labor increíble la de don Juan José para mantener ese ganado tan bien en nuestras condiciones de clima húmedo y caluroso, y con una producción tan alta de leche. Ese era el señor Vilaseca, capaz de lograr con perseverancia las cosas más complejas. Él tenía la virtud de estudiar todos los detalles, leer todos los manuales, hacer las preguntas correctas a los expertos, escuchar a sus colaboradores, ver con los ojos de la imaginación lo que para otros era impensado, fijarse una meta y no descansar hasta lograr lo que se proponía.

Llevó el concepto de calidad de un producto donde nadie lo había llevado hasta entonces. Las cosas debían ser hechas perfectas, porque la gente merecía lo mejor. Muchísimo antes de que el mundo hable y difunda el concepto de productos orgánicos, don Juan José ya tenía cultivos con esos estándares.

En cierta ocasión -yo trabajaba entonces con don Marcel Laniado en Banco del Pacífico- lo visitamos en su fábrica de envases, y en el preciso instante en que llegábamos, llegaba él manejando su carro, si mal no recuerdo una Volkswagen Variant celeste, sin chofer, sin alguien de seguridad. Ese era el señor Vilaseca, la persona más sencilla en su vida cotidiana.

En una sociedad donde a veces los ídolos son fugases estrellas que persiguen pelotas sobre el césped, yo me inclino por aquellos que se forjaron a sí mismos dando trabajo, ofreciendo un legado de sabiduría sin una mancha en sus vidas. Yo me inclino ante la memoria del señor Vilaseca.