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Rompiendo moldes

Avatar del Mariasol Pons

"...me puse verde de la envidia cuando vi un instituto barrial de ciencia y matemática, repleto de carros que recogían a los estudiantes -menores de edad-. ¿Qué hacemos nosotros al respecto?"

La pobreza institucional que nos aqueja como sociedad y país responde en gran medida a la pobreza cultural que podemos tener como colectivo. No existe la prioridad, como nación, de expandir los modelos mentales y culturales. Hace poco leí a una editorialista que explicaba el descalabro de las medidas para la educación presencial porque carecen de sentido científico y por ende, lógico; “…se definen protocolos por creencias”, decía en su artículo. Se ha decidido -hablo en plural porque comparto territorio y nacionalidad, pero no visión- que las cosas se den casi por ósmosis, es un seudoderrotismo insoportable ante los desafíos existenciales.

En esa carencia de prioridades por exacerbar las capacidades individuales para desarrollar al máximo las propiedades emergentes, el país afronta unos riesgos arcaicos que, con dos dedos de frente, debieron quedar obsoletos en el pasado. Durante estos días estuve leyendo la novela Pasado el tiempo de admiración, de Salvador E. Galvaz, quien narra con mucha emocionalidad y claridad los desafíos de un chico gay en el Guayaquil de hace 20 años; es imposible no empatizar con un chico blanco de la furia de la ignorancia y el prejuicio.

De la misma forma hay quienes salen de otros clósets para empezar a definirse ante la vida, autoconocerse y desarrollar al máximo sus competencias. Quien no encaje en el molde será visto como “raro” y enseguida sentirá la presión agresiva o pasivo-agresiva de ajustarse al molde.

Cuando esa persona vea hacia arriba, como quien ve el techo o limitante que tiene en el territorio que habita, se preguntará: ¿qué oportunidades ofrece el espacio ecuatoriano? Realmente, si los persigue con la perseverancia de Ricky, el personaje de la novela que menciono anteriormente, el o la chica no tendrá límites. Y no tendrá límites porque seguramente crecerá también hacia otra parte.

En Ecuador, gran parte del tiempo, las noticias se vuelven un recordatorio de lo que no deja de pasar. Un tirano que persigue, un presidente que no gobierna, instituciones gubernamentales ineficientes y mafias impunes. ¿Una dosis de realidad? Quizá. La solución no está en limpiar las instituciones solamente, sino en que como colectivo social acordemos prioridades culturales y científicas que nos lleven al desarrollo del intelecto y nuestras capacidades como humanos. Crear un ambiente donde los chicos no sientan que se asfixian sino que existe el espacio para desarrollarse.

Hace poco recorría una calle x, de una ciudad x, en un país desarrollado: me puse verde de la envidia cuando vi un instituto barrial de ciencia y matemática, repleto de carros que recogían a los estudiantes -menores de edad-. ¿Qué hacemos nosotros al respecto? Quizá el Gobierno tarde demasiado y esto tenga que venir de la empresa privada (hasta por egoísmo). Institutos que funcionen con tecnología y capacidad para promover la curiosidad, el aprendizaje y así, el agrandamiento del molde.

Mientras imagino esto me percibo como ilusa y ahí está el problema: en que ni nosotros mismos lo podemos creer.

La forma, el cómo, puede ser un aliciente tributario. Que por cada dólar donado a la sociedad haya ventaja tributaria, así se crea una situación de ganancia para todos.

Necesitamos crear contexto para impulsar el talento individual.