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La irreversibilidad de la globalización

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Hay un creciente vuelco de la opinión pública contra la globalización, a la que muchos culpan, erradamente, de tendencias como la aceleración de la inflación y la profundización de la desigualdad de ingresos’.

Hace poco más de tres decenios terminaba la Guerra Fría y los países del antiguo bloque soviético comenzaban su transición hacia la economía de mercado, que les permitió integrarse al resto de la economía global. La división del mundo en tres sectores (economías capitalistas avanzadas, socialistas de planificación central y el tercer mundo) parecía ir quedando cada vez más desactualizada. No fue el «fin de la historia» (Francis Fukuyama), pero sí un gran avance económico y político, y el comienzo de la era de globalización contemporánea. ¿Estará terminando esa era? En muchos países, una reacción política contra el globalismo parece pronta a deshacer tres décadas de integración económica. Pero las apariencias engañan. Predecir el fin de la globalización, como han hecho algunos políticos, comentaristas de los medios y economistas, es apresurado. En realidad, la globalización económica solo ha perdido impulso en forma transitoria. La globalización económica es irreversible. Superado este período de turbulencia (y los difíciles ajustes sociales, culturales, demográficos y tecnológicos que implica), prevalecerá una mayor apertura. Pero este proceso enfrentará obstáculos mientras la globalización política no le siga el ritmo. Hoy el mundo corre riesgo de dividirse en dos bloques separados: uno liderado por Estados Unidos y la UE, el otro dominado por China y Rusia. La Unidad de Inteligencia de The Economist predice que estos bloques «se afianzarán como parte del paisaje geopolítico, y usarán resortes económicos y militares para cortejar a los países que no se alineen con uno u otro lado». Pero incluso de producirse tal división, la confrontación no es inevitable. Los dos agrupamientos de países pueden competir y cooperar en forma pacífica, sin echar mano de «resortes militares». La clave está en hallar una forma más eficaz de globalización política. En esto será crucial la UE; libre de tomar partido en la rivalidad sinoestadounidense, puede cumplir un papel central en ambos bloques. China, por su parte, debería aprovechar la oportunidad para fortalecer su posición internacional. En cuanto a Rusia, su repudiable agresión contra Ucrania le causará una importante pérdida de estatura. Sin embargo, no hay que excluirla de los intercambios económicos globales: es demasiado grande para ignorarla, por no hablar de cancelarla. Los países africanos, lo mismo que India, tendrán un papel cada vez más significativo en el juego geopolítico global. Esto apunta en dirección a un aspecto inevitable de la futura globalización política: la multipolaridad. Para que las cumbres que se avecinan (como la del G20 en Bali, Indonesia, y la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Sharm elSheij, Egipto) sean exitosas, los participantes tendrán que aceptar que los días en los que una o dos potencias podían imponer su voluntad al resto son cosa del pasado. Iniciativas regionales como la Asociación Económica Integral Regional y el Marco Económico Indopacífico para la Prosperidad pueden proveer un andamiaje político a la globalización económica. El mundo empresarial (aliado natural de la globalización económica, y por ello enemigo de la desglobalización política) debe esforzarse más en dar apoyo a estos procesos. No se puede permitir que una política miope pase por alto el pragmatismo económico por mucho tiempo. La acumulación de desafíos que enfrenta la humanidad admite respuesta, pero solo con un liderazgo político esclarecido y capaz de proveer la clase de visión estratégica que se necesita para sostener la globalización económica y alcanzar el equilibrio social y ecológico.