Maritza de la Rosa maneja a la perfección las plataformas digitales con las que trabaja para conseguir pasajeros, gracias a capacitaciones que tomó.
Maritza de la Rosa maneja a la perfección las plataformas digitales con las que trabaja para conseguir pasajeros, gracias a capacitaciones que tomó.Christian Vásconez / Expreso

Ni los años ni la pandemia la pueden sacar del volante

A los 60 años, Maritza de la Rosa es taxista. Dice temerle más a la rutina y a la desocupación que al contagio.  Tiene 25 años de experiencia.

Veinticinco de los sesenta años que lleva encima avalan a Maritza de la Rosa como conductora de profesión. Ni sus tres hijos, que la ayudan y la cuidan, ni las noticias sobre la pandemia que mató a miles de personas en Guayaquil, han logrado que esta mujer se aleje del volante.

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Conducción es a Maritza lo que fútbol a balón. Sabe perfectamente que es parte del grupo vulnerable para la COVID-19, pero eso no la intimida. Su argumento es sencillo. No le gusta estar sin hacer nada.

Bien pudiera ella pasar la vida tranquila, en casa. Sus hijos, dos varones, una mujer, todos adultos, todos profesionales, se aseguran de que no le falte nada. Ella, necia, movida por la pasión y las ganas de ser feliz, se levanta todos los días, va al auto, abre la aplicación que usa para taxear y empieza a recorrer esta Guayaquil en la que vive hace más de treinta años, cuando llegó de Salinas.

“Esa soy. Siempre activa. Mis hijos me ayudan, pero me gusta ser útil”. Habla al equipo de EXPRESO, mientras ajusta el GPS y mete primera.

Aunque no a la perfección, tiene nociones básicas de mantenimiento técnico para su automotor. Dice con orgullo que puede cambiar sola una llanta.
Aunque no a la perfección, tiene nociones básicas de mantenimiento técnico para su automotor. Dice con orgullo que puede cambiar sola una llanta.Christian Vásconez / Expreso

El auto, un amor de años

Un rosario celeste baila en el espejo que refleja su mascarilla llena de rosas. Usa cabello corto y hoy combina los aretes con la blusa. Todo rosa, como su apellido. Lleva bisutería discreta. Reloj, pulsera, anillo y cadena. Todo plateado.

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Un chisguete de alcohol recibe a todos los pasajeros de Maritza a diario. De vez en vez, se estaciona para hacer una desinfección profunda y luego continuar el día, que divide en dos jornadas. De siete a once, de tres a ocho. “A veces nueve, cuando está bueno, y aunque mis muchachos me reten”, ríe.

La verdad es que esta mujer nunca para. Ni siquiera los meses más difíciles de la pandemia pudieron detenerla. “Hice bollos, hallacas, humitas y hasta salchicha. El encierro me mataba. Un día agarré las llaves del carro y les dije a mis hijos: ‘Me voy, ya no puedo más’. Allí empecé a taxear”, reseña.

LinajeEs la sexta entre ocho mujeres. Tiene 60 vueltas cumplidas.

Leonidas, en el alma

Maritza de la Rosa heredó el romance con el volante del gran amor de su vida, Leonidas Pérez, ese doctor en mecánica al que conoció viudo, a los 56 años, cuando ella tenía 29. “Él trabajó para Nahim Isaías y Armando Romero Rodas”, dice orgullosa. Luego llora. Leonidas. Su Leonidas, murió hace dos años por Parkinson. Y ella no supera haberlo perdido.

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“Era una relación bonita. Fui feliz”, suspira Maritza. Cuando conoció a Leonidas se dedicaba a la cosmetología; pero cuando empezó la relación con él quiso manejar. “Siempre me gustaba ver a las mujeres al volante. Y siempre tuve este amor por la conducción”, dice.

Sabe ella bien que en este arte no se puede improvisar. Así que tomó un curso de conducción profesional hace algunos años. “Había quienes me decían que ya estaba vieja para eso; pero yo quería manejar hasta camiones o metrovías”, cuenta entre risas otra vez.

Preparar el camino

En esa capacitación aprendió también inglés y computación. “Eso me ayudó mucho a introducirme a la tecnología, por eso no se me hace difícil manejar las apps”, explica.

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Antes de llegar a taxista de aplicación, transportó servicio de catering, hizo expresos e incluso fleteó en el exterior de mueblerías del centro. “Me siento satisfecha con lo que hago. Me entretiene. Mis hijos me dicen que ya descanse; pero yo les contesto que la cama es para la noche”.

Hoy agradece al cielo no haberse topado a ningún malcriado en el camino. Agradece también las clases de mecánica de su esposo. “Puedo cambiar una llanta tranquilamente”, resalta.

La carrera ha terminado. Maritza de la Rosa toma un papel amarillo que tenía guardado por allí. “Esa es mi historia. Y antes de irme, le traje esta frase. ‘La satisfacción radica en el esfuerzo y no en el logro’. Ghandi”, lee. Espera que el pasajero se baje y arranca con su mascarilla rosa, su bisutería discreta, su pasión por el volante y sus sesenta años encima.