Sabe trabar la pelota con el cuerpo en función de apoyo para que el delantero rebote, porque en caso contrario lo van a pasar por arriba. Despeja con sabiduría; sale jugando y, cuando no puede, la tira en largo, pero mirando hacia dónde.

Se lanza al piso solo por extrema necesidad para quitar sin cometer falta. Y es que al rival hay que sentirlo, rozarlo con el hombro, con los brazos. En pocas palabras: no perderlo de vista.

Perlaza no da ventaja en los córners. Toma hombre. Uno de sus compañeros queda libre, el que mejor cabecea, va arriba a buscar la pelota. Otro compañero queda suelto en la posición del manchón del penal para asegurar si hay rechazo corto. Los cuatro defensores del fondo deben funcionar como si los dirigiese un solo cerebro.

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Si los delanteros viven obsesionados con el gol, los defensores también viven obsesionados con impedirlo. De ahí que Pedro Pablo la pone dónde quiere y donde más le duele al que ataja. Resuelve el remate a media altura, inclinando el cuerpo en dirección contraria a la pelota. Le da una fuerza parecida a la de un tiro frontal, con el empeine. Le sale con una potencia inusitada.

Es un torbellino devorando metros. Lleva la pelota atada a su empeine dominante, porque el diagrama de la cancha lo tiene grabado en su cabeza. Talento para ver donde otros no ven, capacidad estratégica y personalidad de conductor. Otro concepto fundamental que tiene es el cierre. El secreto está en el timing. Con calidad los gambetea y la entrega segura, mansita. Anula al rival impidiendo que reciba la pelota en libertad, obligándolo a ocupar espacios en que no pueda generar peligro.

Como hombre de cobertura se sitúa entre la pelota y su arco. Gran capacidad de reacción; sabe confundir con amagues al delantero que viene con la pelota.

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