Todos quieren futbolistas rápidos, no veloces; jugadores que resuelvan en el menor tiempo posible acciones de juego. No correr sin sentido.

Páez bruscamente frena y se abandona, se queda inmóvil, incluso con los brazos colgando a los costados. Parece que la cancha se queda quieta.

En ese instante sale por el lugar inesperado y mete el balón filoso. El cambio de ritmo o el uso de los tiempos forma parte del engaño. Anuncio una cosa y utilizo la contraria.

El toque no es estética, sino una necesidad del juego. Páez modifica la realidad. Verlo es asistir a una función de creatividad.

En Independiente del Valle, la pelota sale limpia desde atrás, recorre la cancha de lado a lado acariciada por todo el equipo (no hay jugadores encorsetados).

Tocan y tocan a treinta por hora y de pronto el esférico va para el que pica al vacío y de treinta por hora pasan a cien y vuelven a disminuir la velocidad para definir.

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Páez tira un túnel cuando lo aprietan contra la banda y no tiene salida. Anda buscando esos goles que apenas pasan la línea de meta, con el arquero despatarrado en el madero lejano.

Cuando está a la sombra de los palos no necesita pegarle fuerte, apenas empuja el balón para darle destino inesperado, sorprendiendo a todos. Se anticipa a lo que un rato después piensan los defensores que se barren a sus pies. Mira para un lado y la pasa al otro, quitándole solemnidad al juego.

Es todo astucia, ante tácticas adversarias represoras, llenas de tensiones y urgencias. La astucia es un atajo que toma la inteligencia para distraer. Kendry Páez es fino y saca ventaja. Celebra sus goles con felicidad juvenil.

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