
El Zamarro viene de la era de las haciendas
El zamarro es una prenda andina que visten exclusivamente los hombres, sobre todo los agricultores y vaqueros que labran la tierra o cuidan el ganado sobre los 3.500 metros de altura, en la Sierra ecuatoriana.
El zamarro es una prenda andina que visten exclusivamente los hombres, sobre todo los agricultores y vaqueros que labran la tierra o cuidan el ganado sobre los 3.500 metros de altura, en la Sierra ecuatoriana.
Esta prenda, confeccionada con piel de animal, se la lleva sobre el pantalón y atada a la cintura por correas de cuero. Su función es proteger al vaquero del intenso frío de los páramos; su aparición no ha sido datada con precisión pero, según José Parco, coordinador de Interculturalidad del Departamento de Gestión Cultural del GAD de Riobamba, su máximo apogeo se dio en la época republicana. “Es parte del sincretismo, su florecimiento se dio en el tiempo de las haciendas; el zamarro era usado por los vaqueros, mayordomos, huasicamas y patrones, como parte del atuendo”, señala. Los huasicamas eran los indígenas de confianza que, además de hacer los trabajos en el campo, se encargaban de las tareas de la casa de hacienda y, por lo tanto, eran los únicos permitidos para entrar.
La piel que se emplea para su confección puede ser de borrego, chivo, res, caballo, llama o alpaca. De la epidermis de los camélidos andinos se cree que fueron las primeras prendas de este tipo, elaboradas por los abuelos (antepasados), con la diferencia que se sujetaban a las piernas con lana. Según la cosmovisión andina, la piel de estos animales mantiene su espíritu y los antepasados tomaban su energía como protección para realizar sus labores; además, no permitía el paso del agua de la lluvia y mantenía el calor de las personas, explica Parco.
Otras culturas en el Ecuador también llevan en su vestimenta originaria esta pieza. “En Loja, los hermanos Saraguros visten una especie de zamarro, pero fabricada en tela; su pantalón autóctono es corto, es una manera de protección”, añade el experto, quien destaca que lo utilizan los líderes en los rituales del Kapak Raymi.
Esta vestimenta rústica es parte del traje de los chagras, hombres recios producto de la mezcla de indígenas con mestizos, muy ágiles con el lazo y la monta de ganado bravo, que demuestran sus habilidades en los famosos rodeos.
Los encargados de confeccionar estas prendas son los talabarteros. En Riobamba son pocos los que conservan este arte; uno de ellos es Segundo Guamán, quien lleva 32 años en el oficio. Empezó a muy corta edad como aprendiz al mando de otro artesano, donde sus padres lo llevaron una vez que terminó la escuela. “Eran agricultores en Pungalá y no tenían dinero para que estudiara el colegio; a los 12 años me dijeron: ‘Mejor vamos hijo a que aprendas un oficio’”, recuerda el hombre.
Segundo manifiesta que lo primordial para elaborar un buen zamarro es la calidad de la piel. “Esta debe estar bien curtida”, advierte; luego, junto a telas, cuero, hebillas y estoperoles (piezas de cuero, tela, o metal para adorno), realiza la confección de acuerdo con el gusto de los clientes. Gracias a la tecnología, el trabajo se ha simplificado porque ahora se ayuda con una máquina de coser, pero antes era todo a mano. Asimismo, las formas de preparar las pieles han variado; en el pasado templaban la piel del animal en una tabla y empleaban la corteza de un árbol llamado guarango, para que se curtiera dejándola al sol durante quince días; reconoce que esta técnica ancestral está prácticamente desaparecida.
Para un zamarro se puede ocupar un cuero de borrego completo, mientras que la piel de caballo o res avanza para dos. A Segundo le toma aproximadamente dos días la fabricación de la prenda. A su taller llegan clientes de varias ciudades del país, tanto indígenas como mestizos, para adquirir sus creaciones. Reconoce que la declaratoria del rodeo del chagra como patrimonio inmaterial del cantón Riobamba ayudó a subir la demanda.
Los comuneros utilizan generalmente el de borrego, que es más grueso y sin muchos detalles, ideal para contrarrestar los vientos gélidos, indica el artesano. Mientras que los chagras, entre ellos jinetes, capataces o dueños de haciendas, visten en su mayoría con los de caballo o res, porque son más vistosos por su pelo largo para los desfiles. También han optado por el modelo denominado pinganillo, que a diferencia del zamarro común es más pegado a las piernas y lleva muchas anillas; esto, según Segundo, permite una mayor destreza a los jinetes.
Los de chivo o llama y llenos de detalles son más apetecidos por los danzantes, cuya expresión se mantiene viva gracias a los grupos folclóricos.
Mantienen viva una tradición
En la actualidad, además de ser una prenda que identifica la identidad cultural de las comunidades asentadas en lo más alto de la provincia de Chimborazo, son parte esencial en los trajes de personajes míticos, propios de las fiestas tradicionales andinas, entre los que destacan el Kulta Tukushka, de Colta; el Aya Uma, de Otavalo; el Rucuyaya en Cañar y el Taita Carnaval. Sus llamativos colores las vuelven un deleite para los turistas nacionales y extranjeros.