“No se sabe exactamente qué es el corazón humano./ No es solo ese abismo confuso,/ Que al parecer es otra cosa. La rama que cruje en/ medio del pecho suena real. Hasta/ Que su envoltorio se rompe. Y toda la sangre se/ mezcla en la oscuridad de la trampa./ Un río bajando por una imaginaria pendiente”, reflexiona el reconocido catedrático y escritor quiteño, Fabián Guerrero en su poemario más reciente, ‘Así es’.

La obra, publicada recientemente por el sello editorial de la Universidad Central del Ecuador (UCE) reflexiona sobre la certeza de la muerte, el destino y lo que nos hace humanos, temas recurrentes en los versos líricos de su prolífica trayectoria, que inició en 1978 con ‘Olor a tierra’ cuando tenía 18 años, y que retomó en 1995.

“No hay escritor sin obsesiones”, señala el autor, y quizás por ello, ahondar en lo más profundo y oculto del alma es un ejercicio que le sigue atrayendo.

Para el actual decano de la Facultad de Comunicación Social de la UCE, el amor por la literatura surgió en la infancia, y lo hizo como un acto de resistencia ante las vicisitudes de la vida.

“En mi casa se debatía un nivel de pobreza y, como consecuencia, no había dinero para comprar libros. Yo debí resolver ese llamado de la lectura con fragmentos de revistas, fragmentos que los complementaba con un antecedente o un final”, recuerda.

Con el paso de los años, halló en la poesía una respuesta a sus inquietudes existenciales, y también una manera de suplir una necesidad de expresarse.

“Me supe siempre incompleto y tenía la ilusión de remediar eso a través de la escritura. Hay personas a las que les falta un brazo, una pierna o un ojo: saben de esa carencia y quisieran remediarla”, indica.

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Sin embargo, en ‘Así es’, Guerrero busca unir fragmentos que aterrizan en una misma obsesión, la imposibilidad de alcanzar el sosiego.

El poemario está dividido en tres partes: ‘Ese ojo yermo en el que uno se mira’, ‘O el adiposo engaño del amor’ y ‘Aunque no todo tiene un final o desaparece’. En ellos, y a través de versos breves, Guerrero se cuestiona sobre el significado de estar vivo, la capacidad del amor para salvar y el equilibrio entre la luz y la oscuridad.

Los cuestionamientos que se hace son más visibles en la segunda parte de la obra, donde este se pregunta sobre la permanencia del cariño.

“El desasosiego que produce la verificación de que el amor es la misma cara del desamor, y que todo lo que hacemos en ese tema es de verdad inútil”, dice.

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Sin embargo, a ello se contrarresta la última parte, donde los versos parecen buscar la calma a través de breves imágenes donde prima la naturaleza.

“Este es un momento muy particular en mi vida”, analiza el escritor. “Así es un libro donde considero que se puede verificar que hay una conformación actual del escritor, y a la vez es también una suerte de excusa a mis lectores por mis libros anteriores, una disculpa”, indica.

En esta obra, agrega, la última parte ofrece “paz y luz”, a diferencia de sus poemarios previos, y también una técnica que considera impecable.

“Siento que en este libro mi preocupación por el lenguaje es un componente muy visible”.

Y así también lo establece el escritor Carlos Vásconez, quien en el prólogo determina que, si bien el titulo del poemario parecería darle poder para que las cosas sean como se las ve, o como las anhela, “gracias a su acertado escogimiento verbal, sabemos que las ideas son solamente transformaciones truncadas que alimentan la mirada”.