La tentacion populista de Brasil

La mayor economía de América Latina está sumida en una larga crisis política, agravada por la tentación del populismo. Como una droga, este ha atraído a los brasileños con fantasiosas promesas de mayores estándares de vida y más bienestar. Sin embargo, los presidentes populistas han registrado durante 16 años índices récord de desempleo, elevados déficits presupuestarios, el regreso a la pobreza de millones de personas y la peor recesión económica en un siglo. Y han dejado un legado de corrupción. El escándalo de la Operación Lava Jato expuso un largo listado de políticos deshonestos, funcionarios delincuentes y gente de negocios de dudosa reputación, todos los cuales se enriquecieron robando al Estado. Cabría suponer que tras soportar tantos desastres de gobierno, los brasileños estarían ansiosos por hacer un cambio -lo veremos en octubre-, cuando se realicen unas elecciones generales de crucial importancia. Mas, el país no parece muy dispuesto a salir de su hábito populista que nunca ha sido más fuerte. En 1994 y 1998 los brasileños eligieron como presidente a Fernando Henrique Cardoso, que acabó con la hiperinflación, reformó las instituciones del Estado y puso al país en el camino a una gobernanza estable y democrática. No obstante, en cada elección desde entonces los populistas han vuelto al poder, en un periodo que solo acabó cuando en 2016 se impugnó y sacó del cargo a la presidenta Rousseff, tras acusaciones de haber manipulado el presupuesto federal para esconder problemas en la economía. Tras ello, su predecesor y mentor Luiz Inácio Lula da Silva fue arrestado en abril- 2018 debido a su involucramiento en el caso Lava Jato. Según encuestas, Lula, que continúa en la cárcel, lidera la carrera electoral, seguido de un congresista rabiosamente populista y exmilitar, Jair Bolsonaro, que solo propone soluciones vulgares -y violentas- a los complejos problemas del país (como usar armas de fuego). El único candidato reformista con alguna posibilidad de ganar es Geraldo Alckmin, exgobernador de Sao Paulo, quien promete reducir el gasto, abrir la economía, privatizar empresas públicas, y atraer la inversión en infraestructura crucial como puertos, carreteras y ferrocarriles. Y, con una plataforma churchilliana de “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, habla de duras reformas que Brasil necesita tan desesperadamente... Aunque con un electorado acostumbrado a prebendas y privilegios, cree aún que en octubre se elegirá un presidente con la experiencia y carácter necesarios para guiar al país de regreso a la prosperidad. Y cita al presidente francés Macron, que ganó las elecciones diciendo la verdad a los votantes. Hay quienes comparten su pragmatismo, pero parece que el electorado brasileño se inclina en la otra dirección. Para Bolsonaro, además de la flexibilización de las leyes sobre armas de fuego, es importante la introducción de códigos morales de tipo militar y una purga de las “ideas de izquierda” en las escuelas. Ciro Gomes, exgobernador del estado de Ceará, resucitaría un impopular impuesto a las transacciones financieras y rescindiría leyes laborales de reciente aprobación que han ayudado a bajar las indemnizaciones que deben pagar las empresas que despiden a trabajadores. Lula fomentará el tipo de creación de empleos y crecimiento característicos de su mandato anterior. La exsenadora Marina Silva es una alternativa a los candidatos populistas y al centroderechista Alckmin. ¿El electorado votará con sus instintos o con cordura?

Project Syndicate