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La solucion Chan-Zuckerberg

Cuando Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, y su esposa Priscilla Chan anunciaron hace poco su plan de destinar $45 mil millones en acciones de la empresa para mejorar las condiciones del planeta, muchos lo descalificaron como una maniobra de relaciones públicas, señalando que no estaban poniendo sus acciones en una fundación caritativa, sino en una compañía inversora que podía asignar fondos a donde lo deseara, y que las inversiones con fines de lucro eran una de esas opciones.

Los escépticos también señalaron que, en lugar de hacer un compromiso legal irrevocable, la pareja solo había prometido donar “la mayor parte de su riqueza” al fondo. Según un crítico malintencionado, Zuckerberg sencillamente estaba “haciendo pasar su dinero de un bolsillo a otro”, con “un retorno a la inversión en cuanto a relaciones públicas que empequeñece al de sus acciones de Facebook”.

La verdad es bastante diferente. La estrategia que Chan y Zuckerberg han adoptado, una combinación de filantropía tradicional e inversión de impacto, está en completa sintonía con las tendencias más promisorias del altruismo moderno.

El punto fuerte y más definitorio de la filantropía tradicional es su capacidad de asumir riesgos. Los filántropos no tienen que rendir cuentas a las autoridades públicas ni generar utilidades para los accionistas privados, todo lo cual les permite financiar ideas atrevidas e innovadoras. Y en contraste con el sector público y el privado con fines de lucro, pueden adoptar un horizonte temporal muy prolongado para problemas cuya solución exige décadas. En varios sentidos, las entidades filantrópicas tradicionales funcionan como capitalistas de riesgo. Puede que sepan que muchos de sus proyectos no van a dar utilidades, pero apuestan a que unos cuantos se conviertan en avances pioneros, cuyo éxito genere cambios en las políticas o atraiga mayores flujos de fondos públicos o privados con fines de lucro. Pero también la filantropía es una manera de abordar los retos sociales o ambientales. Otra es la inversión de impacto (término acuñado en 2007 en una conferencia auspiciada por la Fundación Rockefeller, una de las organizaciones filantrópicas con mayor trayectoria). A diferencia de los donantes filantrópicos, los inversionistas de impacto apuntan a lograr un rendimiento tanto social como financiero sobre sus inversiones, lo que no solo amplía la gama de posibles fuentes de riqueza, sino que además fomenta proyectos que produzcan utilidades que se sostengan a sí mismas.

En los últimos años ha aumentado con rapidez el dinero destinado a inversiones de impacto, y la gama de activos disponibles se ha elevado de manera correspondiente. Las empresas de capital de riesgo social, que buscan “dos tipos de resultados finales” (buenos rendimientos financieros, así como beneficios sociales o ambientales más amplios) son uno de los segmentos de mayor crecimiento en la industria de los capitales de riesgo.

Por ejemplo, en el norte de California, el Bay Area Equity Fund ha invertido $100 millones desde 2004 en compañías como Revolution Foods, Pandora, SolarCity y Tesla. En su conjunto, el fondo estima que esas inversiones han creado 15.000 empleos y generado una tasa de rentabilidad interna de un 24,4%.

Mientras tanto, los grandes actores institucionales se han convertido en importantes inversionistas de impacto al destinar dinero a fondos mutuos Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG).

Project Syndicate