Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

Puentes sobre el golfo Persico

El reciente aumento de las tensiones entre Irán y Arabia Saudí ha vuelto a centrar nuestra atención en la rivalidad de estas dos potencias de Oriente Medio. Su enemistad viene de lejos pero no es secular. Durante años mantuvieron una relación fluida, articulada por intereses comunes. Hoy, tras la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ellos, la vuelta a la cooperación se vislumbra lejana y difícil, pero no imposible. La religión imperante en cada uno de los países no ha sido siempre un elemento de confrontación, aunque sí esencial para diferenciar sus identidades. Persia, bajo la dinastía Safavid, en el año 1501, convirtió el chiismo en su religión oficial como seña de identidad nacional frente a sus vecinos otomanos, que eran suníes y ocupaban parte del territorio iraní. Durante los dos siglos siguientes se enfrentaron al imperio otomano -el centro del califato suní- por la supremacía en la región. Una vez constituido el reino de Arabia Saudí, en 1932, Riad y Teherán establecieron relaciones diplomáticas, pese a que la religión oficial del reino era el wahabismo, una rama del islam suní. Durante los años 60 y 70 del siglo XX, ambos países mantuvieron vías de cooperación políticas y de seguridad; les unía su interés en frenar el avance del comunismo soviético en la región y se enfrentaban a movimientos radicales que amenazaban la permanencia de sus monarquías. Para Occidente y EE. UU., los dos eran aliados clave en la Guerra Fría.

A finales de la década de los 70 se incendió la lucha de identidades y la rivalidad entre sectas. Durante esos años, Arabia Saudí comenzó a expandir el wahabismo más allá de sus fronteras. Debido a la subida de los precios del petróleo contaba con recursos económicos para hacerlo y, de esa manera, contrarrestaba los movimientos que amenazaban su seguridad nacional. Irán, tras la revolución que derrocó al Sha, en 1979, se erigió como líder de los chiíes y llamó a la liberación de estos en todos los lugares del mundo. Desde entonces, la tensión entre ambos se ha sucedido sin confrontación directa aunque ha sido especialmente visible en acontecimientos como la guerra entre Irán e Irak. La última escalada de tensión se ha visto influida por asuntos domésticos como las elecciones al Parlamento y a la Asamblea de Expertos en Irán. Una mayor apertura internacional, como la que ha pretendido el Gobierno de Rohaní, supondría un auge económico del país, un crecimiento de la clase media y, en definitiva, una sociedad más plural y abierta. Por su lado, Arabia Saudí se encuentra en una tesitura económica muy perjudicial para la principal fuente de ingresos del país: los precios del petróleo se sitúan a mínimos históricos, afectando al presupuesto de Riad, que finalizó el año 2015 con un déficit del 15% de su PIB.

La probabilidad de que Irán y Arabia Saudí lleguen a un acuerdo sobre Siria en las próximas conversaciones es muy limitada, sin embargo, un escenario en el que se puede avanzar es la guerra de Yemen. Alcanzar un alto el fuego que lleve a la solución del conflicto puede ser clave para rebajar las tensiones.

Project Syndicate