Propagandistas disfrazados
La causa de los derechos humanos está siendo desprestigiada por organismos que dicen defenderla pero se encuentran al servicio de agendas políticas. Incluso de agendas que reivindican la violencia. Son organismos sin el menor rasgo de imparcialidad, organismos que lo tienen todo decidido de antemano. Se dirá que la causa de los derechos humanos no puede ser imparcial. No es cierto: la imparcialidad es un método; uno que consiste en considerar fríamente, sin apasionamientos, sin tamices ideológicos, sin militancias, todas las circunstancias que rodean un hecho; y solo una vez comprendido el hecho, tomar partido por la víctima. La imparcialidad no solo no impide tomar partido: es imprescindible para hacerlo con justicia. Estos organismos toman partido antes de conocer el hecho. No les importa la justicia.
Son organismos que, durante esta semana de conmoción interna, jugaron un papel decisivo en la guerra informativa que acompañó la intentona golpista. Parten de la presunción de que la causa de la Conaie, cualquiera que esta sea, es la causa correcta. Y si la Conaie secuestra, no lo ven. Y si la Conaie saquea, no lo ven. Y si la Conaie resulta funcional a la estrategia de sembrar el terror para obtener resultados políticos, no lo ven. Y si, desde el interior de una manifestación de la Conaie, alguien dispara petardos o lanza bombas molotov que ponen en riesgo vidas humanas, dicen que son infiltrados y dan por archivado el caso. En la brutal complejidad de circunstancias que rodearon los hechos de violencia de la semana pasada, estos organismos solo son capaces de ver tres cosas: represión, represión y represión.
Su especialidad: la propaganda. Mientras otros (los imparciales, los creíbles) trabajan en silencio, más preocupados por el resultado de sus esfuerzos que por su proyección mediática, estos viven del ruido y la alharaca. Causan revuelo en redes sociales. Se hacen amplificar por un completo aparataje de comunicación alternativa y militante, radios populares, medios digitales que parecen calcados el uno del otro, tan predecibles y prefabricados son sus discursos. Medios que dicen practicar “periodismo militante”, como si tal cosa fuera remotamente posible, como si el periodismo no exigiera, como punto de partida, una buena dosis de escepticismo que ellos sustituyen por fe ciega. Medios como Wambra Radio, que son al periodismo lo que organismos como Inredh son a los derechos humanos y que no dudaron en sumar sus voces al linchamiento público perpetrado contra Freddy Paredes en el teatro Ágora.
Hoy un ciudadano denuncia un atropello en Twitter: me secuestró y me torturó la Policía, dice, y muestra la foto de su espalda flagelada. Y la gente lo manda al carajo. Bien hecho por “vándalo”. Por “terrorista”. Porque “qué habrás hecho”. Porque “así hay que tratar a estos delincuentes”. Y le dicen “anda a quejarte con esos vagos de los derechos humanos”. Es la reacción de gente común e ignorante que fue víctima de la estrategia de terror ejecutada por los golpistas mientras supuestos defensores de los derechos humanos miraban para otro lado. Hoy la causa de los derechos humanos, la causa mayor de la democracia, está desprestigiada. Y eso puede ser desastroso para una república. Estos organismos son en gran medida responsables de ese desprestigio.