La cirugía para reconstruirle el globo ocular duró poco más de ocho horas. Sin embargo, la joven no volverá a ver con su ojito izquierdo.

Casi pierde un ojo tras impacto de bomba lacrimogena

Jhajaira Urresta habría sufrido un disparo de una bomba lacrimógena por parte de un uniformado, mientras pedía por la paz junto con sus vecinos. El impacto dejó un daño permanente.

Un grito quedó atrapado en la garganta de Jhajaira Urresta, mientras una cascada tibia de sangre le empapaba la cara.

“Sentía como carne molida colgando de mi ojo”, rememora ahora a menos de una semana de ese fatídico sábado 12 de octubre.

Hoy, cierra los ojos y ese hombre de uniforme –con un arma entre las manos– aparece en sus pesadillas y no la deja dormir. “El rostro con el que me miraba estaba lleno de ira, tenía hasta los ojos desorbitados”, explica.

Esa noche, la joven, quien es presidenta del barrio de la Tola Baja, en el centro de Quito, tomó su cacerola y junto a sus vecinos salió a la avenida Oriental para pedir por la paz.

Tan solo minutos antes del caos, el humo y los gritos, unos cincuenta habitantes colgaron un cartel en el paso peatonal para pedir por la tranquilidad del país y del sector.

Luego prendieron una hoguera a un lado de la vía, mientras los muchachos tocaban el tambor y ofrecían agua a los pocos transeúntes del lugar. “Había niños y personas ancianas, todos unidos por la paz”, detalla Urresta.

De repente, un camión negro se instaló en la vía pública. Del vehículo descendieron tres policías, recuerda Jhajaira.

“Con los toletes empezaron a golpear a una mujer con su niñita en brazos. Ahí solté mi cacerola y me acerqué para tomar a la bebé porque le sangraba la cabecita”, narra estremecida.

En ese instante pudo verlo. A medio metro de distancia con la pistola entre las manos. “Me disparó a la cara”, cuenta Jhajaira, mientras un parche cubre su ojo izquierdo, pulverizado con el impacto del proyectil.

En una casa de salud de norte de Quito lograron salvar el globo ocular, pero los nervios y conductos quedaron destruidos. “No volveré a ver con ese ojo”, insiste.

Y es que el disparo fue tan cerca que casi la tumba. Sin embargo, un vecino evitó que cayera en el pavimento. “Los médicos dicen que el golpe me hubiera matado”, añade.

Lo que pasó después se confunde en su memoria. Solo recuerda a un hombre de una camioneta que la trasladó hasta la casa de salud. “Entré caminando, pero luego un señor me cargó porque mis piernas no pudieron continuar.

Luego de ocho horas y media de cirugía, los doctores pudieron reconstruir el globo ocular y retirar la pólvora y esquirlas alojadas en cada tejido y nervio de esa área.

En medio de la operación y –como parte de la estrategia médica– a Jhajaira se le retiró la anestesia. “Necesitaban que haya movimiento de los nervios, pero el dolor era insoportable. Tengo varios hematomas en la cabeza porque me golpeaba contra la camilla. Debieron ponerme una especie de bozal para morder por el dolor”, acota Urresta.

Para ella, el camino aún es largo. Pese a que su ojo perdió por completo la visión, deberá someterse a tres o cuatro cirugías más para restaurar lo que aún está deteriorado. “Los huesos de ese lado tienen muchas lesiones. Siento como cuando te cortas con una hoja de papel, me arde”, señala la joven.

Al momento, aún no ha definido si poner o no una denuncia en contra de la Policía, pues teme que existan represalias en contra de su familia, especialmente porque su esposo pertenece a la fuerza pública.

“Hice público mi caso porque no quiero que le pase a nadie más”, revela Jhajaira, quien solo minutos antes de la entrevista con EXTRA acudió a una entrevista de trabajo.

“No me puedo quedar. Necesito trabajar. Les dije que había tenido un accidente porque la gente puede pensar que estaba manifestando y no es así. Salimos con las cacerolas a pedir paz, en el barrio ya no teníamos ni qué comer. Días antes nos cortaron el internet y las líneas de teléfono, estábamos sin agua”, concluye.