Peligrosos juegos del principe saudita
El siempre volátil Medio Oriente ha sido sacudido por acontecimientos políticos surgidos de Arabia Saudita. ¿Preliminares de una nueva gran guerra? El ambicioso príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salmán (32 años, llamado MBS), que dirige una histórica (y desestabilizadora) transformación de la economía saudita, ordenó el arresto de muchos de los príncipes y funcionarios más poderosos del país como parte de una campaña anticorrupción, en un osado intento de consolidar su poder. Pero sus ambiciones trascienden las fronteras de su país. El mismo día, en un programa de TV transmitido en vivo desde Riad, el primer ministro libanés Saad Hariri anunció su renuncia y acusó a Irán de provocar “devastación y caos” con sus intromisiones en otros países. Días después un misil de largo alcance lanzado desde Yemen por rebeldes hutíes con apoyo de Irán impactó en Riad. Enseguida el Gobierno saudita advirtió la posibilidad de una guerra y denunció que los hutíes reciben ayuda de Hizbulah (milicia shiita libanesa proiraní), y señalando la presencia de miembros de este grupo en el Gobierno libanés, acusó al país de haber declarado la guerra al reino saudita y ordenó a sus ciudadanos salir de allí. MBS espera convertir a Arabia Saudita en la única potencia dominante del Golfo Pérsico y protectora del islam sunita en Medio Oriente. Pero Arabia Saudita ya quedó mal parada tras el grotesco fracaso del bloqueo a Catar, y en sus dos intentos desastrosos de cortar los avances de Irán en Siria y Yemen. ¿Para qué provocar a Irán? MBS sabe muy bien que Riad no puede hacer frente al poderío militar iraní. Su probable plan alternativo (estrechar la cooperación con Israel en esta área) tal vez no funcione como él querría. Pensar que Israel se lanzará a una guerra declarada al norte de su frontera en beneficio de Arabia Saudita es una tontería. Israel se negó a intervenir en la guerra civil siria contra el régimen alahuita (proshiita) de Al-Asad e hizo todo lo posible para no verse arrastrado a ese conflicto, incluso mientras incrementaba los ataques aéreos sobre envíos de armas a Hizbulah, que hace tiempo intenta abrir un segundo frente contra Israel en el Golán. Pero descartar sin más la idea de una guerra sería irresponsable: los enfrentamientos en la frontera norte de Israel no siempre han sido premeditados. Y el cada vez más confiado Asad ya no parece resignarse a la idea de que la fuerza aérea israelí deba tener plena libertad de acción en Siria y Líbano. Sus baterías antiaéreas han comenzado a responder a los vuelos de aquella sobre Siria. Además, ahora Israel también asumió la protección de la comunidad drusa siria, con la que los muy leales ciudadanos israelíes drusos tienen estrechos vínculos. Aunque a Israel no le conviene una guerra declarada, tampoco puede descartarla. Tras dos guerras con Hizbulah que terminaron en una suerte de empate, si hay un nuevo conflicto, su objetivo será una victoria contundente. Un combate entre ambos complacería a Arabia Saudita, pues cree que llevaría inevitablemente a un enfrentamiento entre Israel e Irán. Ahora que los combates en Siria pierden intensidad, el eje sunita liderado por Arabia Saudita quiere compensar sus pérdidas allí convirtiendo a Líbano en el próximo campo de batalla. El presidente estadounidense Donald Trump ofreció amplio respaldo a MBS por su animadversión contra Irán, tal vez con la esperanza de que Arabia Saudita apoye un plan de paz estadounidense para Palestina. Pero se necesita un aliciente más benigno con urgencia. Las guerras suelen terminar al revés de como se esperaba.