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Escenario. Uno de los moáis afectados por incendios cerca del volcán Rano Raraku (Pascua).EFE

Tras un año del feroz incendio, los moáis de Isla de Pascua claman ser restaurados

El 4 de octubre de 2022 un fuego descontrolado afectó a 222 de los icónicos monolitos chilenos, de los cuales 22 presentan graves alteraciones

Un año después del devastador incendio que asoló parte de la recóndita isla de Pascua y afectó a más de 200 moáis, las milenarias esculturas con forma de cabeza humana luchan contra la degradación y claman por fondos para ser restauradas.

  • PRESENCIA. Ubicada a 3.700 km de las costas chilenas y poseedora del área marina protegida más amplia de Latinoamérica, la isla de Pascua se encuentra en el llamado Giro Oceánico Pacífico Sur.

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El fuego se originó en unos pastizales el pasado 4 de octubre de 2023, pero se descontroló y alcanzó el cráter del volcán Rano Raraku, conocido como la cantera de los moáis porque es ahí donde los antiguos indígenas rapa nui esculpieron sus icónicos monolitos en piedra toba y los repartieron por la isla, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1995.

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Con sus laderas salpicadas por decenas de moáis de distintos tamaños, colocados en distintas posiciones, el Rano Raraku es mucho más que un gigantesco taller ancestral: fue el epicentro del apogeo cultural de Rapa Nui, nombre indígena de esta isla ubicada en medio del océano Pacífico, a 3.700 kilómetros de Chile continental.

Fue como ver arder a nuestros ancestros. Nuestra historia son ellos. Las llamas nos provocaron una gran desolación”, reconoce a EFE Carlos Edmunds, presidente del Consejo de Ancianos, una institución ancestral.

Un informe elaborado por la Unesco y expertos de la isla determinó en junio que el fuego afectó a 222 moáis, de los cuales 22 presentan “graves alteraciones” y “deben ser tratados a corto plazo”.

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Una persona muestra colillas de cigarrillo durante la limpieza y retiro de basura y escombros en la playa Anakena, el 8 de septiembre 2023 en Isla de Pascua (Chile).EFE

Daniela Meza, arqueóloga y jefa de conservación del Parque Nacional Rapa Nui, que ocupa casi la mitad de la isla, explica que las estatuas no sufrieron fracturas aparatosas porque la exposición a las llamas no fue tan larga, pero sí presentan manchas de hollín y algunos cambios de calor.

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Estos daños, aclara, “parecen superficiales a simple vista”, pero debilitan la toba y aceleran la degradación que sufren las estatuas por culpa de la erosión biológica. “Los moáis se encuentran expuestos a un medio ambiente que los va dañando constantemente. Hay mucho viento, llueve con frecuencia, la radiación solar es muy fuerte... Todos estos agentes (sumados a otros incendios del pasado) se van acumulando y a largo plazo producen grietas y fracturas”, añade Meza, que también apunta a los líquenes como fuente de erosión al irse colando por la toba.

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Para evitar que estas misteriosas estatuas se caigan a pedazos, los expertos recomiendan técnicas costosas de consolidación para devolverle la estabilidad a la piedra, y de hidrorrepelencia para protegerla del agua.

Cada escultura implica de dos a tres meses de trabajo y los materiales (que ya se han usado antes en otros moáis) tienen que ser traídos de fuera y aplicados por especialistas. “No podemos esperar mucho tiempo. Muchos moáis ya presentan deplacamientos de antes, lo que significa que se les van cayendo placas de toba y se van deformando, pierden sus rasgos característicos y entonces dejan de ser moáis”, alerta la arqueóloga.

Aunque hay claridad sobre el diagnóstico y el tratamiento, el gran desafío al que se enfrenta ahora la comunidad indígena Ma’u Henúa, que gestiona el parque desde 2016, es la búsqueda de fondos. “Tenemos que buscar recursos nacionales, internacionales, recursos propios, de donde sea”, admite Nancy Rivera, directora del Parque Nacional Rapa Nui.

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Rivera cuenta que todas las intervenciones de conservación tienen que contar con el permiso previo del Consejo de Monumentos Nacionales de Chile y que están a la espera de que les den el visto bueno para empezar a levantar recursos.

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Con lo que sí cuentan ahora es con fondos públicos para mantener el parque, cortar el pasto, preservar limpias las veredas y construir cortafuegos para evitar nuevos incendios.

Estos fondos se complementaban con los ingresos que el parque percibía por el turismo, la principal actividad económica de Rapa Nui, pero el territorio insular habitado más lejano del planeta estuvo blindado durante dos años debido a la pandemia y comenzó poco a poco a abrirse en agosto del año pasado.

Durante aquel tiempo, los propios isleños con sus manos mantuvieron el parque: “Cada familia se fue organizando. Vimos a madres con sus hijos cortando el pasto alrededor de los moáis. Fue muy bonito”, recuerda Rivera.

“Lo único bueno de todo lo que ha pasado es que ha aumentado la vinculación de la comunidad con su patrimonio y que volvió la Unesco. Cuando están ellos, las autoridades (locales) se involucran más”, asegura.

LA PLAGA DEL PLÁSTICO

Si uno entierra las manos en Anakena, la playa paradisíaca más famosa de la chilena isla de Pascua, sacará fina arena blanca, pero también un buen puñado de microplásticos. La contaminación por plásticos es una plaga en este recóndito territorio en medio del océano Pacífico, que ha emprendido una cruzada global para concienciar al mundo.

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Personas trabajan en la limpieza y retiro de basura, plásticos y escombros en la playa Anakena, el 8 de septiembre 2023 en Isla de Pascua (Chile).EFE

Un estudio de la Universidad Católica del Norte de Chile calculó que cada año llegan 4,4 millones de objetos de basura a las costas de Rapa Nui, nombre indígena con el que se conoce a esta isla, de 163,6 kilómetros cuadradas y famosa en el mundo entero por sus milenarias esculturas con forma humanoide, los moáis.

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Neumáticos, maderas, restos de redes de pesca, botellas, envases, latas o cuerdas de nailon de embarcaciones pesqueras ensucian a diario sus bellas costas. Muchos llegan enteros, pero otros plásticos se fragmentan en infinidad de pedazos por los años expuestos al oleaje y al sol.

“No somos productores de macro y microplásticos, somos receptores de lo que producen países ribereños tanto en Norte, Centro y Suramérica como en Asia”, dice a EFE Pedro Edmunds, alcalde de Rapa Nui.

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