La Comuna. Se asemeja a Mapasingue y las escaleras han servido para conectar a sus habitantes.

Medellin borro la violencia con urbanismo social y movilidad

La ciudad colombiana es un referente de innovación. La secretaria de Infraestructura paisa dice que Guayaquil puede replicarlo con planificación.

Laura Loiza levanta la mirada al cielo incandescente que cubre Medellín un miércoles juliano. Cierra los ojos y los aprieta con el recuerdo de las balas zumbando junto a ella el 16 de octubre de 2002.

En la cara de la guía turística, de 38 años, se proyecta el terror de lo que ocurrió ese día en la Operación Orión, en el barrio San Javier o la Comuna 13, como mejor conocen a esa zona en Colombia.

Esta intervención militar, liderada por el Estado, buscaba acabar con los grupos irregulares que habían convertido a ese sector en un infierno de 7 kilómetros cuadrados sobre las montañas paisas.

Los 30 extranjeros que escuchan su relato ni pestañean. Sébastien Salez llegó desde su natal Francia maravillado con la historia delincuencial que marcó a los 195 mil habitantes del barrio, pero sobre todo, con su manera de salir de ella.

Le es difícil creer que el que fuera el sector más peligroso de la capital antioqueña es ahora uno de los más turísticos de Colombia, cambio que se dio gracias al urbanismo social y la movilidad.

Laura a diario recibe al menos 100 visitantes, 90 por ciento de ellos son extranjeros. Les explica cómo el amor ciudadano, la innovación y la planificación urbana enfriaron la ebullición delincuencial que se fue calentando desde los 80 por redes criminales.

En la misma calle en la que Sébastien se toma una bebida de aguapanela para aliviar su sed, helicópteros botaban balas como gotas de un aguacero letal que mataba sin distinción.

Laura no solo vio desplomarse los cadáveres de militares, paramilitares y guerrilleros, sino a algún vecino o amigo que fue alcanzado por alguna bala perdida.

Los callejones empinados de la Comuna 13, que antes estaban teñidos de rojo, ahora son una explosión de color por los innumerables grafitis que decoran cada pared de las casitas que se proliferan en las colinas.

“En 2012 hubo un antes y un después...”, dice la guía, que detiene su recorrido delante de las primeras escaleras eléctricas de carácter público y gratuito en Colombia, ubicadas en La Independencia 1, uno de los 23 barrios de la comuna.

Desde las faldas de la montaña, los peldaños metálicos parecen un zigzag naranja que la divide en dos. Seis tramos de escalinatas automáticas que reemplazaron a 350 escalones de concreto y que han despuntado el turismo en la zona.

Es el primer sistema de movilidad urbana de esas características en el mundo que beneficia directamente a más de 12 mil habitantes de la comuna, según datos entregados a EXPRESO por la Secretaría de Movilidad de Medellín.

Justo la movilidad integral es la que, según Paula Andrea Palacios, secretaria de Infraestructura del Municipio de Medellín, es la base fundamental del avance de esta ciudad. La capital antioqueña pasó de ser la ciudad más violenta, en 1991, a ‘La ciudad más innovadora del mundo’ en 2013, premio otorgado por el periódico estadounidense Wall Street Journal.

Las escaleras eléctricas de la Comuna 13, como obra de sostenibilidad y mejoramiento de calidad de vida, además del Metro, le hicieron acreedora a este reconocimiento. ¿Cómo la ciudad más violenta pasa a ser un referente?

Palacios no duda: el urbanismo social. “La obra pública sin la apropiación de los ciudadanos no tiene sentido”, destaca la funcionaria. Calcula que implementar esta cultura en la sociedad fue un proceso que tomó al menos tres décadas.

En Medellín, el Metro fue inaugurado en 1995, pero años antes, recuerda la secretaria, iniciaron una campaña social para implementar la ‘Cultura Metro’, que enseñaba a los ciudadanos el cuidar de los vagones e instalaciones de este sistema de transporte.

La campaña continúa y resuena una y otra vez en los altoparlantes del metro. El resultado: en 25 años, ni una sola silla o vidrio han sido rayados. A criterio del urbanista Felipe Huerta Llona, esta apropiación es escasa en Guayaquil, donde ni un día duró en buen estado la máquina que fue instalada el pasado 27 de junio en la Metrovía para canjear botellas plásticas por pasajes.

“Guayaquil necesita un psico-análisis urbano que permita entender el complejo tejido social para modificar los patrones conductuales, en su mayoría desajustados, actualmente en la convivencia ciudadana”, analiza el experto en planificación y diseño urbano.

Para el guayaquileño, “una ciudad sin movilidad no existe” y la falta de integración en los sistemas de transporte urbano es un problema vital que hay que solucionar en la urbe porteña. Esto, entre otros factores, incrementaría el turismo.

En la Comuna 13, con las escaleras, se eliminaron barreras invisibles e indirectamente diluyeron las huellas de la delincuencia. Y aunque la secretaria Palacios reconoce que romper los ciclos de violencia es una tarea que tarda años, apostarle al urbanismo social es la clave.

“Lo fundamental es hacer una lectura al territorio en términos sociales y físicos. Que las autoridades escuchen a los ciudadanos y a la academia, porque es la clave para que las sociedades avancen”, aconseja.

A Laura se le quiebra la voz cuando relata la forma con la cual la Comuna 13 se hizo ‘escuchar’. Una madre, desesperada de dolor por ir a recoger a su hijo baleado que estaba tirado en la calle, sacó un pañuelo blanco a través de su ventana y lo ondeó para pedir tregua.

Uno a uno, los demás vecinos agarraron sábanas, toallas, pañuelos o cualquier trapo blanco que tuvieron en casa y terminó en una manifestación que aún se recuerda como un ruego de cambio.