El “no” boliviano

Cuando se analiza con la objetividad posible la gestión que cumplen los mandatarios de América Latina, existe amplia coincidencia respecto a que, entre los denominados gobiernos socialistas del siglo XXI, quien mejor lo ha ejercido es el presidente de Bolivia: Juan Evo Morales Ayma. En efecto, quien pasa a la historia, entre otras razones, por ser el primer presidente indígena de ese país andino, tuvo un creciente apoyo electoral que lo convirtió también en uno de los escasos políticos con la mayoría requerida en primera vuelta. Ahora, cuando está todavía lejana la fecha de finalización de su actual mandato, que comenzó el 2006 y concluye el 2020, la voluntad de mantenerse en el poder de manera prolongada (que caracteriza, en nombre de un proyecto de transformación nacional que en la experiencia actual ha concitado amplio rechazo en los países donde se pretende implantar, a los denominados socialismos del siglo XXI) llevó al presidente Morales a correr el riesgo de consultar a su pueblo respecto a modificar la Constitución para permitir su repostulación y la de su vicepresidente, hecho que dicha carta prohíbe, posibilitándola de manera continua por una sola vez. Terminado el escrutinio, los bolivianos han dicho no a esa propuesta. Catorce años son, para la conciencia democrática de nuestros países, bastantes y suficientes periodos de ejercicio de gobierno, más aún cuando los casos de corrupción, al menos tráfico de influencias, comienzan a evidenciarse. Ya se sabe que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los ejercicios prolongados son una forma de poder absoluto, pese a la existencia de los respectivos organismos de control que, aparentemente, como lo prueba en el cumplimiento de sus labores el actual Tribunal Supremo Electoral de Bolivia, han mantenido independencia. Sin duda, a más del cansancio de un dilatado mandato, querer ampliarlo rompiendo las reglas del juego en vigencia, genera malestar colectivo y, pese a cualquier género de explicaciones, hace mayormente creíbles a las de la oposición, para rechazar esa pretensión, que a las oficiales para sustentarla. Igualmente, sin duda, Bolivia ha considerado que en democracia no hay imprescindibles y así se lo ha hecho saber al mundo, dando una importante lección de comportamiento.