Si, juro
Desde lejos miro la batalla apopléjica entre grupos armados con palabras hirientes, que desangran el espíritu de pasión e igualdad. Ambos pelean por sus derechos y ambos tienen la razón, por eso se llama derecho. El error de toda guerra es dejar los cadáveres abandonados y apilados para que sean quemados en una fosa común. Volvemos a sentir ese hedor a carne quemada, dejando las vestimentas para los próximos. Antes eran de rayas, ahora son blancas y los colores del arco iris se reflejan proyectando un haz de luz multicolor que abre el cielo, dejando salir el sol.
Somos caníbales porque como especie nos agredimos, y destruimos todo lo que tocamos. Nuestros egos son tan grandes que creemos que siempre tenemos la razón y no miramos a nuestro alrededor, sino siempre adelante. Si mirásemos más a nuestro alrededor entenderíamos que la vida está llena de diferencias, que no hay una sola creencia y que nuestro fin es armonizar con nuestro entorno, y no explotarlo para beneficio personal.
En una guerra, un grupo pierde y el otro gana; en nuestro caso, con la aprobación del matrimonio igualitario todos ganamos porque todos tenemos el mismo derecho. En lo que no debemos caer es en creer que hay una sola verdad; caer en ese círculo vicioso del poder, del que muchos se han aprovechado para agrandar su ego y sentirse un salvador. No volvamos a limitar lo que se ha ganado, señalando y agrediendo a otros porque piensan diferente. El abandonar los cadáveres en una batalla significa que se ha dado por finalizada una etapa para comenzar una nueva y que estamos llegando a momentos de claridad.
El errar y reconocer nuestros errores nos hace más humanos. No solo se considera evolución lo que creamos, sino cómo desarrollamos y controlamos nuestra capacidad emocional. Los cadáveres como metáfora nos ayudan a mirar y no solo ver, amar y no solo estar enamorado, aceptar y no solo reconocer.
No existe una fórmula para el bien o el mal, tenemos que aprender a respetar más, para seguir evolucionando.