Israel: raices del dominio de la derecha
El último triunfo electoral de Benjamín Netanyahu le valió un quinto mandato como primer ministro de Israel, un logro notable para él y su partido, el derechista Likud. Parece que las graves acusaciones de corrupción no disminuyeron el apoyo de su base electoral y que sus estrechas relaciones con el presidente estadounidense Donald Trump y con el presidente ruso Vladimir Putin realzaron su posición en el país. Muchos deplorarán las tácticas trumpianas de Netanyahu (alentar el miedo y el odio a enemigos reales e imaginarios, deslegitimar a la prensa y atacar al sistema judicial), pero funcionaron.
Esto y su innegable habilidad para las campañas lo ayudaron a contener el desafío del nuevo partido Azul y Blanco, encabezado por Benny Gantz, un exjefe militar respetado pero políticamente inexperto. Desde fines de los 80 Israel recibió un millón de inmigrantes venidos de la ex URSS que enriquecieron la ciencia, la tecnología, la música y la cultura del país. Pero también trajeron consigo actitudes políticas que reflejan décadas de vida bajo el dominio soviético: aunque mayoritariamente seculares, muchos creen en un Estado fuerte con estructura de liderazgo jerárquica, y tienen poca paciencia a foráneos o enemigos (los árabes).
Por eso muchos se sintieron mucho más cómodos con el nacionalismo decidido de Netanyahu que con la izquierda partidaria del derecho palestino a la autodeterminación. Y a los inmigrantes venidos antes desde el norte de África y Medio Oriente les resultó profundamente contrario a su religiosidad y a sus valores patriarcales. Muchos trajeron consigo recuerdos de opresión en sus países de origen de mayoría árabe y Likud aprovechó el resentimiento de estos inmigrantes contra la hegemonía del ‘establishment’ de izquierda. En vista de la alianza natural de Likud con los partidos judíos ortodoxos y ultraortodoxos, la derecha cuenta con una ventaja inherente que no desaparecerá cuando Netanyahu salga de escena. Las bases institucionales del anterior dominio de los sectores liberales y socialdemócratas se han debilitado considerablemente.
El Partido Laborista (que gobernó el país por décadas) sufrió la erosión general de las fuerzas de centroizquierda que hoy caracteriza a las democracias occidentales. Estas tendencias se ven reforzadas por la incapacidad de los dirigentes palestinos para convencer a muchos israelíes de que realmente están dispuestos a aceptar al Estado judío. Al glorificar a atacantes suicidas y otros terroristas como “soldados de la nación” y conceder pensiones oficiales a sus familias, la Autoridad Palestina no ayuda a que más israelíes apoyen una solución de dos Estados.
Tampoco es indicio prometedor de una futura paz con Israel la guerra civil latente entre la Autoridad Palestina en Cisjordania y el movimiento islamista Hamás que controla Gaza. Aun así, el partido Azul y Blanco de Gantz terminó casi cabeza a cabeza con Likud. Podría organizar una vigorosa oposición a la coalición nacionalista y religiosa de derecha de Netanyahu.
Para recuperar el apoyo popular perdido en las últimas elecciones, los opositores a Netanyahu tendrán que encontrar alternativas coherentes a los ataques de Likud a la prensa y al sistema judicial. Las tendencias demográficas no son favorables a una alternativa de centroizquierda en el futuro inmediato, pero no es imposible: el electorado está partido justo al medio.
Opinión internacional
Shlomo Avineri. Es profesor de ciencias políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y fue director general del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel. Su libro Karl Marx: Philosophy and Revolution saldrá publicado este año en Yale University Press.