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Cotocollao, el San Gabriel y Comillas

“Entonces comenzó la lucha con mi padre que no deseaba que fuera sacerdote y al fin triunfé. En 1951 ingresé de 18 años al Noviciado de Cotocollao, por esos días el mayor centro de estudios clásicos de los jesuitas en América Latina, bajo la dirección del padre Aurelio Espinosa Pólit, y estudié 2 años Ascética y Mística. Allí me encontré con varias costumbres raras por anticuadas. Había sacerdotes ancianos que jamás habían concurrido a un cine y nos estaba prohibido hacerlo a los seminaristas, por eso le encomendé a mi hermano menor Edmundo, que viera determinadas películas para que me las pudiera contar”. Entre el 53 y el 56 realizó estudios de Literatura en el Instituto de Humanidades Clásicas y obtuvo la licenciatura con la tesis El método de crítica y análisis literario (de la preelección) del padre Espinosa Pólit; colaboró con la revista guayaquileña Catolicismo, donde apareció su sainete El decreto 21 - 29 en defensa de la educación confesional. El 30 de diciembre del 56 estrenó con un grupo de aficionados su traducción y adaptación a la escena moderna del cuento Canción de Navidad, de Dickens, arreglado para teatro. Entre el 56 y el 59 asistió a la facultad San Gregorio, de Filosofía, U. Católica de Quito, complementando su formación con eminentes maestros. Esta fue su segunda licenciatura. Entre el 59 y el 62 enseñó un trienio de literatura, redacción y filosofía, fue inspector de varios cursos, dio vida y dirigió la Academia Literaria del colegio San Gabriel y ayudó a formar entre sus alumnos a escritores e intelectuales; recuerda a Patricio Quevedo, Vladimiro Rivas, Bruno Sáenz, Gonzalo Ortiz Crespo, Benjamín Ortiz Brennan, Federico Ponce, Francisco Proaño Arandy, Javier Ponce, etc. Gonzalo Ortiz Crespo ha comentado de este período: Hernán logró inspirar a todos los que pasamos por el San Gabriel en esos años. Fue él quien nos descubrió el placer de la lectura. Quien nos inspiró a cuidar la corrección de nuestros escritos y a apuntar más alto, hacia la belleza de la escritura. Quien nos llevó al teatro, al cine, a los conciertos y nos hizo degustar, entender, apreciar y entusiasmarnos por las obras del espíritu humano. Fue quien armó funciones de teatro con obras suyas propias, con adaptaciones y traducciones, y luego que se inaugurara el cine comercial del colegio, el que organizó cine foros, cursillos sobre cine y funciones especiales. Quien nos metió a publicar revistas, o nos preparó para los concursos escritos y orales del libro leído, que comenzaron en esa época por iniciativa del profesor Carlos Romo Dávila, y no hubieran tenido el arranque resonante y triunfal que tuvieron si no hubiera sido por el apoyo de Hernán.

También inició un diario emocional que continuó en forma esporádica hasta su publicación para el X Congreso de exalumnos de la Compañía de Jesús en 1995. Inicialmente lo llamó Neuma, que significa alma en griego; luego lo cambió a Diarios del San Gabriel 1959-1962, calificado de libro polisémico, testimonio personal, historia, sucesión de semblanzas, clima novelesco y también muestra de la acabada prosa que ya desde entonces notaba poseer el que sería el mayor erudito ecuatoriano de todos los tiempos. Neuma debió inspirarse en el estilo intimista y confesional de Corazón, del italiano Edmundo de Amicis pues es profundo y al mismo tiempo bellísimo.

En el San Gabriel hizo andinismo. El Rucu Pichincha era por entonces el desafío más frecuente de los jóvenes de Quito y Hernán llevó a sus alumnos varias veces a esa montaña. Con el padre Fabián Zurita, S. J. tenía la rivalidad de saber cuál de los dos subía esa montaña en el menor tiempo desde el colegio y bajaba de regreso. “Eran los únicos locos que hacían esto en alrededor de tres horas”.

Poseía una capacidad física y anímica envidiable, lo cual quedó demostrado cuando intentó rescatar a un alumno del colegio que cayó durante una expedición particular al Antisana. En otra ocasión subió dos veces al Chimborazo para localizar el cadáver de un andinista de la Politécnica Nacional.

Desde el 59 tuvo columna propia en el periódico de los jesuitas de Quito bajo el pseudónimo de Tragicristiano, escribió Historia de cien años del colegio San Gabriel, en 28 págs. y un texto de Filosofía Optativa en 132 págs., que apareció mimeografiado para consumo de sus alumnos y que también fue aprovechado durante varios años en otros colegios.

Su afición al buen cine no había decaído y para ayuda del público sacó un Cursillo, que se agotó enseguida, pues era la primera ocasión que se trataba el tema en el país. En este, como en otros muchos aspectos siempre fue un adelantado de la vida y cultura nacional.

Tantas iniciativas en pro del alumnado motivaron a sus superiores a enviarlo a la famosa U. de Comillas, Santander, norte de España, considerada uno de los mayores centros de enseñanza de Occidente, donde permaneció hasta el 65, ganando su tercer título, el bacalaureado en Teología.

Durante este período logró conectarse con el mundo intelectual de España y escribió para las revistas La Estafeta Literaria y Reseña, que ayudó a fundar, alineado en la nueva corriente a la que dio forma el Concilio Vaticano II. Fue presentado a Carlos Robles Piquer, director del Instituto Nacional del Libro, quien le solicitó su ayuda para tratar de liberalizar la cultura española, fuertemente influenciada por la política dura de un franquismo agónico y posconciliar que no cedía posiciones ante las nuevas tendencias de Occidente.