A la caza de un hongo asesino
Estos últimos años se han multiplicado informes alarmantes del surgimiento de microorganismos patógenos resistentes a muchos antibióticos (o a todos). Un ejemplo elocuente es la aparición de una amenaza sanitaria mundial grave derivada del hongo infeccioso multirresistente Candida auris. El primer espécimen conocido fue hallado en Japón en 2009, en el oído de una paciente aquejada de una infección (auris, “del oído” en latín). Desde entonces se documentaron muchos casos en heridas, torrente sanguíneo, oído y vías respiratorias, en personas de cuatro continentes, incluidos países como Corea del Sur, la India, Kuwait, Pakistán, y en Sudáfrica y Sudamérica. En EE. UU., los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades informaron trece casos de personas infectadas con este hongo entre mayo de 2013 y agosto de 2016 (cuatro murieron). Pese a no estar claro si las muertes se debieron a la infección por C. auris o a otras afecciones subyacentes, es indiscutible la necesidad de hacer frente a este flagelo (cuya mortandad alcanzó el 70 % de los infectados). La difusión de C. auris en establecimientos médicos es grande y parece que afecta más a personas con dolencias crónicas graves, que frecuentan hospitales o viven en residencias donde tienen contacto con muchos médicos, enfermeros y piezas de instrumental médico, y están más expuestas al contagio del hongo en la piel o el organismo. Parece que la tasa de mortalidad es superior entre pacientes hospitalizados, más que nada en las salas de terapia intensiva. Pero la razón principal por la que C. auris representa una amenaza tan seria es que las opciones de tratamiento son muy limitadas. Si bien la mayoría de estas infecciones se pueden tratar con un tipo de fármaco antimicótico (equinocandinas), algunas han demostrado diversos niveles de resistencia a este y a otros dos tipos de antimicóticos (azoles y polienos). Incluso cuando los medicamentos funcionan, son relativamente tóxicos: los azoles y los polienos dañan los riñones y las equinocandinas dañan el hígado. La mayoría también son fungiestáticos: impiden la reproducción del hongo pero no lo matan, y pueden interactuar con otros fármacos que los pacientes estén tomando para tratar dolencias crónicas. Además, el desarrollo de nuevos antimicóticos no es prioridad para las farmacéuticas porque son más difíciles de desarrollar que los antibacterianos. Eso añade la dificultad de diseñar el fármaco para que sea selectivo y ataque las células de los hongos sin dañar las células humanas. Y aunque el envejecimiento poblacional y el aumento del riesgo de las micosis llevan a que el mercado global para tratamientos antimicóticos en pacientes humanos valga más de seis mil millones de dólares (cifra en ascenso), hay una fuerte competencia de los medicamentos genéricos. La falta de tratamientos eficaces vuelve todavía más crucial controlar la difusión del C. auris. Para eso primero hay que mejorar el diagnóstico. Una vez diagnosticados, los pacientes con C. auris deben estar aislados; el instrumental médico usado desinfectado a conciencia; y los trabajadores sanitarios aplicar precauciones estrictas, o podrían volverse más comunes los brotes en personas que ya están en situación vulnerable. La difusión del C. auris resalta la necesidad de implementar iniciativas sanitarias coordinadas a nivel local e internacional para hacer frente a las infecciones hospitalarias resistentes a fármacos. Si las empresas farmacéuticas privadas no van a invertir en el desarrollo de fármacos nuevos o más eficaces y de diagnósticos nuevos y mejorados, el sector público tendrá que hacerlo, para frenar a los superhongos.
Project Syndicate