Las redes que tejió Leandro Norero al interior de la cárcel de Latacunga le permitieron operar con total holgura durante los cuatro meses y ocho días que estuvo recluido.

La clave fue pagar con dinero del narcotráfico a funcionarios. A cambio, recibió información, todo tipo de comodidades; se hicieron de la vista gorda y permitieron el ingreso de armas.

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Todo eso se evidencia en una serie de chats que datan de septiembre de 2022 y que hoy son parte del expediente del caso Metástasis.

Los interlocutores eran un guía penitenciario identificado como Danny, y Norero, entonces procesado por lavado de activos junto con su hermano Israel Norero Tigua, su hermana Johanna, su esposa Lina y otros.

Cualquier cosa que Norero necesitara en el reclusorio se lo hacía conocer a Danny, a quien lo llamaba “ñaño”. El guía ingresó para el Patrón, hamburguesas, parrilladas, yahuarlocros, cargadores de teléfonos, carpas para hacer un evento en el patio, implementos de ortodoncia, medicamentos, jarabes, etc.

Las conversaciones extraídas de los celulares de Norero dejan ver que Danny tenía la función de chico de los recados. Una tarea en la que no actuaba solo. El guía indica en sus mensajes que para lograr pasar los caprichos del narcotraficante colaboraba con “Mauricio”, “Arévalo”, una trabajadora social, un doctor, “el jurídico”, “el de monitoreo” y “Acurio”. Todos funcionarios del centro regional de Cotopaxi.

El 18 de septiembre de 2022, el guía penitenciario le alertó a Norero que tres agentes de la Dirección General de Inteligencia habían ingresado a la cárcel.

El 20 de septiembre le advierte a Norero que muchos policías se encontraban resguardando el perímetro de la cárcel. “Yo ingresé hasta el filtro 2 de la sala de visitas y full paco. Hasta ese bus que sabe andar con cámaras (de vigilancia) entró”, le advirtió mientras le explicaba que ese día no podría dejarle la comida porque estaba libre.

Ese día, Norero ya había comprado las boletas de libertad de sus sicarios: Santiago Madrid y John Navarrete, alias Madrid y Cuyuyuy. Y esperaba que las boletas de libertad se ejecuten, pero el director de la cárcel llevaba horas sin firmarlas.

Ante la inusual presencia policial, el guía penitenciario le recomienda a Norero que envíe a los abogados a presionar y que Norero también lo haga, por su parte, con el director del centro. “Al man (director de la cárcel) tiene que apretarle como pinte”, le dice el guía. Le indica que el director podría estar ganando tiempo hasta que otro juez revoque las órdenes de libertad.

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En el mismo tiempo que Norero conversaba con el guía penitenciario, desde la cárcel pedía a uno de sus cómplices que ingresaran armas de fuego. Para ello, hablan de un personaje denominado “el amigo”, quien se encargaría de pasar las armas por los filtros.

“Sr, el amigo está a mil con usted”, le dice el aliado de Norero. A lo que el narcotraficante responde que “apoyemos ahí”. Según sus conversaciones, “el amigo” es alguien que trabaja en turnos dentro de la cárcel.

Norero pregunta cuántas pistolas 9mm tiene a la mano. “Dos Sr. 1.40, una Glock cal. 3.80 y la Taurus que ese día le hizo dejar por el chupón”, responde su cómplice, quien no ha sido identificado aún.

Más adelante, le cuenta que uno de los abogados de Norero fue descubierto por los policías del perímetro con una pistola nueva escondida en el carro que Norero le prestó para que se movilice. El informante dice que él ha visto la escena de lejos. Observó cómo los policías corrieron de un lado a otro. Pero, finalmente, indica que todo se arregló transando y que “la autoridad” se llevó la pistola.

En otro chat del 18 de septiembre, el guía le dice que ya tiene todo listo con el doctor para sacar a Israel, hermano del Patrón, a una clínica. Además, le informa que esa noche serán trasladados unos presos a Guayaquil. Solo unos días después de estas conversaciones, Norero fue asesinado en la cárcel.