Son las 10:00. Isabel Vivero, técnica operaria de la Biblioteca Comunitaria Santiago de Puembo, se mueve con rapidez, alistando el acogedor espacio patrimonial para recibir a los usuarios que llegan desde el mediodía, una vez que las escuelas suenen la campanada de salida.

Este archivo documental abrió sus puertas en 2020 en respuesta a una necesidad generada por la pandemia: no había espacios para que los estudiantes hagan sus investigaciones académicas.

“El GAD parroquial recibía solicitudes constantes y finalmente cedió este espacio en comodato para atender a los alumnos. La recepción fue tan buena que, una vez levantadas las restricciones, decidimos que tenía que estar abierta para toda la comunidad”, explicó Vivero.

En los últimos años, el crecimiento poblacional de Puembo ha sido exponencial. La vía de acceso a la parroquia, que hasta hace una década estaba conformada por haciendas, hoy cuenta con una veintena de ciudadelas en las que residen, sobre todo, personas de la tercera edad y familias con hijos pequeños.

Es así, que la cabecera parroquial se ha ido llenando de opciones para la recreación como cafés y restaurantes. La biblioteca no es la excepción.

Tras abrir sus puertas al público general el año pasado, el espacio ha empezado a atender a un promedio de 500 personas al mes, y cuenta con 2.000 usuarios registrados que sacan libros para llevarse a casa.

“No hemos hecho mucha publicidad, ha sido un fenómeno de boca a boca. La gente de las ciudadelas viene a comprar algo y se encuentra con que estamos aquí, o vienen interesados a ver terrenos y cuando van hacia el Municipio, se encuentran con nosotros y le cuentan a sus amigos, así empezaron a crecer los usuarios”, afirmó Vivero.

El 40 % de los asistentes busca literatura infantil, pero también ofrecen poesía, narrativa, libros de referencia e incluso novelas en inglés.

Todas las obras del espacio, que ya superan los 9.000 ejemplares, se han recibido por donaciones de empresas o de familias particulares.

Fernanda Malo, residente de la localidad, explica que la biblioteca ofrece un sitio de encuentro que no implica manejar hasta Quito.

“Entre semana no hay muchas opciones de entretenimiento para los chicos. La recreación es adultocéntrica. En cambio, llevarlos a la biblioteca es maravilloso porque tienen juegos y pueden sacar libros para llevarse a la casa”, señaló.

Añade que parte del encanto del espacio es que la comunidad se ha volcado hacia el lugar, incluso ofreciendo sus servicios de voluntariado.

Y es que, además de ofrecer libros y juegos, el piso superior de la biblioteca se ha convertido en escenario de talleres. Residentes de la localidad ofrecen cursos de inglés, arte, yoga, ajedrez y más para público de todas las edades. Estas cambian cada mes y se ajustan a los horarios de mayor demanda.

Frente al creciente interés y el reducido espacio, la entidad optó por ampliarse creando minibibliotecas que han colocado en distintos puntos de la parroquia.

Ahí, los interesados pueden acercarse, tomar un libro, y devolverlo al tonel de metal cuando lo terminan. La rotación de obras es semanal.

“Una de nuestras usuarias vio el proyecto en Canadá y nos propuso recrearlo. Elimina el problema de que alguien quiera venir después del horario de atención, o cuando estamos muy llenos. Hemos trabajado mucho, no obstante, en que la gente sepa que debe devolver el libro para que los demás lo puedan disfrutar”, comentó Vivero.

Por ahora, el espacio cuenta con cinco minibibliotecas, pero esperan continuar añadiendo más conforme reciban libros.

Para este año, además de aquella expansión, el espacio prevé aumentar su número de actividades con nuevos talleres que incluyen idiomas además del inglés y establecer club de lectura permanentes para niños y adultos.