Cinco oficios quiteños que sobreviven

Hubo un tiempo en el que cuando los quiteños necesitaban seguridad para sus casas, cortarse la barba, comprarse un traje, adquirir un artículo de bazar o saborear un helado fresco o un buen ponche, caminaban por las estrechas y empedradas calles de la capital, y mientras se dirigían al local de su “casero” o “maestro” se encontraban con las “cajoneras”, mujeres que eran verdaderos bazares ambulantes en el siglo XIX.

Cuando el Mercado Plaza Arenas, ubicado en la calle Galápagos, más conocida como La Guaragua, en el Centro Histórico, abrió sus puertas, hace 53 años, los maestros cerrajeros, carpinteros, sastres, entre otros, empezaron a ofrecer sus habilidades al público. Si bien la tecnología ha hecho que ciertos oficios pierdan espacio, hay algunos que se han adaptado al tiempo y se oponen al olvido.

• Cerrajería y escultura en un solo lugar

Washington Acosta tiene 70 años, 40 de ellos se dedica a la cerrajería en el local 35 de la Plaza Arenas. Se instaló en ese lugar al regresar de España, donde perfeccionó su habilidad con las manos para hacer esculturas. Mientras le saca el polvo a una de las muchas figuras hechas de fierro que reposan en su local, recuerda que el oficio lo aprendió del maestro escultor Hernán Valdez, cuando tenía 12 años y le enseñó a soldar y darle forma a los materiales con golpes de combos y martillos.

A pesar de que la tecnología les abrió la puerta a las cerraduras digitales, Washington se mantiene en el mercado ofreciendo seguros hechos a mano y personalizados; también hace bicicletas, carretillas decorativas para jardines, lámparas y faroles, entre otros objetos que se exhiben en su local. El maestro, como mucho lo llaman, comenta que el espacio también es una oportunidad para que los nuevos aprendices del oficio, ya sean pasantes de institutos técnicos superiores o jóvenes, aprendan del oficio.

• Helados de fruta frescos y con tradición

Mónica Guayta es la cuarta generación de una familia de heladeros. Ella aprendió el oficio de su padre, quien hace tres años falleció a causa del COVID-19. Ese vacío familiar hizo que decida quedarse a cargo del negocio con dos objetivos: que no se pierda la tradición ni la plaza laboral fija, en la Plaza de San Francisco, que hace 80 años se ganó su abuelo cuando su papá era niño.

Todas las mañanas camina, desde El Tejar, por la calle Bolívar, con su carrito de helados hasta la plaza. En los contenedores lleva listo el helado que prepara en su casa. El proceso inicia la tarde del día anterior, escogiendo las mejores guanábanas y frutillas para sacarles la pulpa y mezclarla con agua y hielo seco.

La mujer, que es el sostén económico de su familia, luce una vestimenta blanca impecable, cuando el día es bueno vende hasta $ 200 diarios, cada helado cuesta 50 centavos. Para ella el oficio que realiza tiene historia y asegura que por más tecnología que haya para hacer helados, ninguno de estos postres compite con el de ella, porque su valor agregado es la tradición.

• La nueva cajonera ya no camina

Cuando Velasco Ibarra llegó a la Carondelet, en 1968, Fanny Román llevaba sobre su pecho una caja en la que guardaba y comercializaba varios artículos de bazar, con el paso de los años, ella optó por dejar de ser una comerciante móvil e instaló un improvisado puesto de venta de periódicos, en la esquina de las calles Benalcázar y Chile. Desde ese privilegiado espacio comercial, la mujer de baja estatura y buen humor ha visto pasar a 19 presidentes. En el gobierno de Rafael Correa dejó su caseta y se trasladó al local esquinero que forma parte de la cuadra de la Vicepresidencia.

Con su trabajo como comerciante ha criado a 12 hijos. Fue dirigente de su gremio en el Ipiales, fundó la ciudadela La Ecuatoriana, en el sur de Quito, donde vive actualmente, fue diputada nacional, en el tiempo de Rodrigo Borja y desde hace 37 años pertenece a Alcohólicos Anónimos. En su pequeño local, oferta de todo: cordones, plantillas, tarjetas, dulces, ropa para mascotas, agujas, hilos, paraguas, revistas, entre otros.

• Un postre que se niega a la extinción

Alexandra Remache es una de los 25 poncheros que, de lunes a domingo, recorre las calles del casco colonial, mejor preservado de Latinoamérica, ofreciendo la tradicional bebida hecha con claras de huevo, cerveza o pony malta, azúcar y esencia de vainilla a los transeúntes.

La elaboración es un legado familiar, cuenta, sin antes advertir que no puede revelar el secreto de la receta que viene desde Riobamba, con su abuelo. Mientras abre la llave de un barril de bronce empotrado en el carrito de madera donde reposa la espumosa bebida indica que sus hijos estudian y muy pocas veces salen a la calle a vender; sin embargo, ellos son la parte operativa tras cámaras, pues el objetivo es que la tradición no se pierda.

En un cajón, ubicado a un lado de su carrito, guarda vasos, fundas pequeñas, arrope de mora, dulces y grageas de colores para darle color y decoración al postre que comercializa en $1 y 75 centavos. Aunque muchas cafeterías ofertan esta bebida, Alexandra agrega que su clientela es fiel porque valora su trabajo lleno de historia.

• Corte de pelo, una experiencia presidencial

En los bajos de Carondelet, a la altura del ingreso a Presidencia, está la peluquería Amazonas. Cruzar el umbral de su puerta es transportarse al Quito de los 70, década cuando este negocio inició. Los numerosos cuadros antiguos con noticias enmarcadas dan cuenta de la historia del local de paredes amarillas, que combinan con la tonalidad mostaza del techo.

Luciendo un mandil blanco está Clara Salazar, hija de don Alfredo, quien empezó en el oficio y se lo transmitió a su última descendiente. El perfeccionismo al realizar cortes de cabello o afeitadas son la mejor presentación de la peluquería, en la que todos los implementos denotan antigüedad.

Si bien, los peluqueros modernos tienen acceso a herramientas y tecnologías que antes no existían, lo que les permite ofrecer una amplia variedad de servicios, desde cortes de cabello hasta tratamientos de belleza y spa, peluquería Amazonas se mantiene y perdura en el tiempo por la atención personalizada, especializada y por la historia que envuelve el lugar donde presidentes, ministros y personajes de la farándula mundial han pasado.