
Pujilí tiene un 'tesoro viviente' de la tradición y la cultuta andina
Gustavo Segovia es un maestro del tambor y del pingullo
El cantón Pujilí, provincia de Cotopaxi, se prepara para vivir el desfile del Corpus Christi, que se desarrollará el sábado 1 de junio. Allí vive Gustavo Antonio Segovia Cárdenas, una persona icónica quien desde hace 34 años participa de esta festividad.
A sus 72 años, él es una ‘enciclopedia ambulante’ de la tradición de los instrumentos andinos como el pingullo y el tambor, cuya práctica se mantiene viva durante décadas. Sentado entre reliquias y recuerdos, relató con pasión su historia que se remonta a 1990, cuando decidió tomar las riendas de esta ancestral tradición.
Su conexión con el tambor y el pingullo inició desde su niñez, y aún recuerda que mientras estaba en la escuela Pablo Herrera silbaba y golpeaba de manera simultánea con una mano el pupitre de madera al son del ritmo que bailaban los danzantes, y sin darse cuenta dijo “llegó Corpus”, cuando su maestro Jaime Basante escuchó eso le expresó “te vamos hacer corpus” y le tomó la lección de las tablas.
(También les puede interesar: Chimborazo alista fiestas interculturales )
El aprendizaje de Gustavo fue solo auditivo, escuchando con atención cada nota, cada ritmo, mientras se sumergía en las danzas y celebraciones de su pueblo natal. Desde pequeño hasta convertirse en maestro ha sido marcado por un amor infinito a la música y la tradición.

Como maestro recorrió diferentes recintos y escuelas, compartiendo sus conocimientos con las nuevas generaciones. Cuando llegó a Juigua Yacubamba, en el cantón Pujilí, fue cuando se interesó más por aprender a tocar el pingullo y el tambor. De a poco fue adquiriendo los implementos y comenzó a practicar, y ha dejado una huella imborrable en la comunidad.
Él es un guardián de la tradición que se niega a desaparecer. Con orgullo habla de su nieto, a quien está enseñando los ‘secretos’ del tambor y el pingullo, y de los esfuerzos que realiza para preservar esta práctica ancestral.
Durante su relato se traslada a un viaje en el tiempo y trae a la memoria los cambios que se han presentado en las festividades de las octavas del Corpus Christi. Recuerda con nostalgia los gigantes y el llorón, figuras que han desaparecido con el paso de los años, así como las transformaciones en el estilo y la vestimenta de los danzantes.
En años atrás la tradición era que los danzantes bailaban con el cabezal, que está adornado de plumas, por una cuadra y otra cuadra bailaban con sombrero, en la actualidad todo el recorrido se realiza con el cabezal. Además, los danzantes estaban cubiertos sus rostros por máscaras de alambre y nadie sabía quién era, ahora no se cubren el rostro. En la antigüedad, los danzantes eran las personas más fuertes de cada comarca.

“Para mí, ser pingullero y tamborero es transportarme a un mundo de alegría, me hace sentir joven y esas cosas bonitas jamás se olvidan”.
Cada una de las cosas que utiliza el pingullero y tamborero tiene un significado especial. El traje es de color blanco con bordados de colores que significan la pureza y colores de la fiesta. El poncho rojo representa el don de mando. En el tambor se ubican frutas como mandarinas, naranjas, plátanos y limón, es la representación de la producción agrícola de Pujilí. El maíz, que significa la serranía, el pan es el agradecimiento a los alimentos y el licor de capulí que alegra la fiesta.
¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!