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Un apocalipsis bien ganado

Avatar del Roberto Aguilar

En la guerra contra el narcotráfico, ¿por qué habría de irle al Ecuador mejor que a Colombia? ¿Tenemos acaso alguna virtud que a nuestro gran vecino le falte o será al revés?

Que Los Tiguerones responsabilicen al Gobierno por los asesinatos de inocentes que se proponen cometer (y en un video lo dicen así, con todas sus letras: vamos a matar inocentes y la culpa será suya) es una conducta de amoralidad extrema atribuible a la sicología del sociópata: no se podía esperar otra cosa. Pero que el mismo argumento termine siendo posicionado en el debate público por políticos, periodistas y ruidosos opinadores de las redes resulta desarmante. Dice por ejemplo una tuitera que se da de lista y se identifica como feminista y abogada: “Primer culpable de la crisis: gobierno inepto e indolente. Segundo: bandas criminales que aprovechando ausencia del Estado toman control de los territorios”. Casi 200 personas comparten el mensaje y a 500 les gusta. ¿No es una transposición de la lógica de Los Tiguerones? Pues se ha convertido en tendencia.

Cosas así alimentan la preocupante certeza de que, en la guerra contra el narcotráfico, al Ecuador no puede sino irle peor, mucho peor que a Colombia. Porque somos un país de caníbales. Porque nuestras instituciones dan risa. Porque un abrumador porcentaje de nuestras élites políticas, cuya expresión institucional es la mayoría parlamentaria, abriga la esperanza de que al Gobierno le vaya lo suficientemente mal como para que se caiga.

¿Por qué habría de irnos mejor que a Colombia? ¿Tenemos acaso alguna virtud que a nuestro gran vecino le faltara o más bien será al revés? En Colombia, por ejemplo, en los tiempos en que el cartel de Medellín le declaró la guerra al Estado (días aciagos que prefiguran lo que se nos viene encima), el periodismo supo adaptar sus prácticas a la seriedad de la amenaza. Si algún periodista tenía fundadas razones para creer que el gobierno había pactado con la mafia, se habría manejado con la prudente reserva que imponía la gravedad del caso hasta acumular las pruebas inequívocas que le permitieran hacerlo público y entonces, solo entonces, habría presentado la noticia con la formalidad suficiente para causar un impacto controlado. Habría buscado la oportunidad y trabajado el formato. Aquí no. Aquí, cualquier populista del periodismo es capaz de deslizar el peor de los ladrillazos con el mayor de los desenfados y ponerlo a circular entre la marea negra de basura informativa cotidiana como si fuera un meme, un chisme, cualquier cosa. Esta semana se ha dicho (se ha dejado caer entre opiniones y bromas y desplantes) que el Gobierno pactó con Los Choneros. ¿Con qué pruebas? Lo dicen Los Tiguerones. Y no solo lo dicen Los Tiguerones sino “cualquiera con dos dedos de frente”. Queda así demostrado. Por la jeta.

¿Por qué habría de irnos, pues, mejor que a Colombia si tenemos unos líderes de opinión dispuestos a agitar cualquier avispero si con eso consiguen una decena más de seguidores? O incluso a hacerles el coro a los que están jugados por los intereses de la mafia. En Colombia, cuando surgió la amenaza de los carteles, no había ningún partido que representara al narco. Uno que otro político suelto, claro que sí, algún juez, pero no la mayor fuerza política de la Asamblea. Si circulaban las fotos de un diputado compartiendo piscina con un narco, era el fin de su carrera política. Aquí todavía le quedan arrestos para pedir la salida del Gobierno. Una semana de carrosbomba en Bogotá y en Cali era un estímulo para cerrar filas en torno al presidente por “inepto e indolente” que fuera. Aquí es el pretexto para intentar tumbarlo. Así que no es pesimismo, es la fría comprobación de la realidad: si lo de Colombia fue un infierno, nada se merece el Ecuador por debajo del Apocalipsis.