¿Quién se lo lleva?

La cuestión ética atraviesa todos los estamentos de la sociedad y cada acto individual es el reflejo de esta.

Todo tiene un costo en la vida. “No hay lonche gratis”, decía mi profesor de economía peruanizando la frase del economista Milton Friedman. Pero en Ecuador, uno de los países más caros de la región y a su vez uno de los más golpeados por la pandemia, a este costo hay que recargarle uno adicional; coloquialmente lo llamaremos “el lleve”. Este se presenta en formas variopintas, ya sea a modo de impuesto, tasa, contribución, comisión, coima, soborno y similares, dependiendo de quién se lo lleve. El Gobierno se lo lleva a través de impuestos, tasas y contribuciones destinados al gasto desmesurado para sostener un Estado obeso e ineficiente y para financiar a la misma corrupción que luego se lo lleva con sus coimas, sobreprecios y sobornos. Sin importar que se trate de una megaobra -altiva i soberana- que nadie necesita o una mascarilla que muchos precisan para protegerse y proteger a otros, la falta de ética sobrepasa las fronteras de los países, de las instituciones y de lo humano, llegando a mostrar lo mas sórdido de la miseria humana.

Pero los problemas de la sociedad son el reflejo de los problemas de cada persona. La corrupción se observa en el gobierno, en las calles, en las casas, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles; nos rodea pero no nos toca, o al menos no logramos reconocer nuestra participación en esta vorágine de conductas perversas. Estamos acostumbrados a no hacernos cargo de lo que nos corresponde, rompiendo todas las reglas del juego para poder gozar, entre el cinismo y la estupidez. La cuestión ética atraviesa todos los estamentos de la sociedad y cada acto individual es el reflejo de esta.

Es así como esta pandemia nos desnuda, nos revela ese relativismo tan nuestro que nos atraviesa y hasta relativiza las necesidades haciendo que la misma Pirámide de Maslow se vuelva algo amorfo. Algo no cesa de repetirse en esta situación sintomática en la que antes se construían elefantes blancos tan majestuosos como innecesarios; ahora ni las mascarillas o los kits de ayuda para los más necesitados se escapan de este síntoma tan nuestro. Quien paga este alto costo somos todos.