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¿La forzada cultura del silencio?

Avatar del JOSÉ DE LA GASCA

La imposición de denunciar entraña la obligación estatal de corresponder esas denuncias con investigaciones eficaces que deriven en resultados

Dicen que “en boca cerrada no entran moscas”. Esta es una regla de prudencia social que no aplica a los servidores públicos. De hecho, para ellos existe la obligación legal -exigible y sancionable en caso de incumplimiento- de denunciar todo acto de corrupción. Si esto es así, ¿qué pasó con el ministro Zapata?

Desde lo formal, no hay pirueta o justificación que Zapata tenga para haber omitido la denuncia oportuna. Por el contrario, su silencio termina por sepultar la letra muerta de ese código de ética que el presidente Lasso decretó al inicio de su gobierno. Esto prueba que ni siquiera sus ministros más cercanos lo obedecen.

Pero esto no se agota simplemente con exaltar un deber incumplido y sus consecuencias. Lo de Zapata desnuda realidades que socavan las bases sobre las que se funda la lucha contra la corrupción.

Sea por la fragilidad institucional de la administración de justicia, por la inacción de la Fiscalía en casos no mediáticos, o por la falta de rigor técnico de las investigaciones y los vicios en los procesamientos, la sensación de impunidad en el Ecuador es cada vez mayor. Por ejemplo, el sobreseimiento a todos los procesados por la compra de los helicópteros Dhruv es algo inexplicable. Y eso lastima, pues donde hay impunidad habrá más inseguridad.

Así, el deber legal de denunciar pierde vigencia por falta de efectividad. Y algo peor: crece la sombra del miedo a denunciar. No son pocos los casos de asesinatos de servidores públicos que denunciaron corrupción. Hace poco, esto le costó la vida a una joven directora del hospital Teodoro Maldonado Carbo en Guayaquil. Y hace casi 13 años, lo mismo pasó con el general Gabela. En ambos casos las denuncias quedaron en nada…

La imposición de ese deber de denunciar entraña la obligación estatal de corresponder esas denuncias con investigaciones eficaces que deriven en resultados, no en torpezas. También en la implementación de verdaderos mecanismos de protección de denunciantes y testigos. Lo contrario alimenta la cultura del silencio y miedo.

Entonces, de esto depende que entendamos si la denuncia que acaba de presentar Zapata es algo que valió la pena o fue el peor error de su vida.