No hay edad para la demagogia

La edad no hace a los individuos, sino sus sueños, su vocación de servicio y los valores que los formaron
Parte infaltable del discurso político es el afirmar que tal o cual candidato o funcionario es honesto, justo y recto por el simple hecho de ser joven. En campaña piden que confiemos en ellos prácticamente por el año en que nacieron, que son la “nueva generación” y así de generación en generación nos pasamos creyendo que la nuestra es la ungida para merecer nuestro voto y toda la confianza.
No se puede negar que hay muchos jóvenes que sí tienen una vocación hacia el servicio público y que han sabido ganarse el respeto no por su edad, sino por el hecho de que dentro de su alma hay una llama ardiendo por defender los valores del cargo que el voto ciudadano o las autoridades electas les han confiado. Pero hay políticos que piensan que nos creemos la historia de que cuando naces te giran en la maternidad un certificado de honorabilidad que caduca a los 30 o 40 años; la caducidad de la moral depende de la edad del político en campaña o del funcionario.
En nuestra generación hay valientes pero también hay quienes ya son doctores y maestros en quitarnos lo que es nuestro, jóvenes que en vez de aprender a ser águilas se esmeran en ser buitres e imitan hasta en los gestos a sus caudillos, siendo verdaderos seguidores fanáticos de los vicios de los que nos precedieron. Y hay quienes desde el colegio o la universidad se ejercitan en el arte de convertir los sueños de un país en humo.
La realidad es muro fuerte donde los discursos populistas se estrellan. Calígula era un tirano a los 28 años y Golda Meir una exitosa primera ministra de Israel a los 71. La edad no hace a los individuos, sino sus sueños, su vocación de servicio y los valores que los formaron.
Hay que recordar que la juventud no es solo un periodo de la vida sino un estado del alma. Todos los sectores de la sociedad están invitados a formar parte de sostener este país al cual llamamos hogar, indistintamente de su edad.