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De foto a foto

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Esta desnaturalización de lo sagrado de un partido político, con su ideología, sus liderazgos, sus líneas rojas para maniobrar

Pienso que el ecuatoriano mira la adversidad como a un paisaje, es decir, como a una montaña cuya naturaleza rocosa la hace inamovible. Es un error, aunque comprensible por la costumbre de transitar en el desencanto y caer en el quemeimportismo, esa singular respuesta a la desesperanza que recoge el diccionario a modo de palabra genuinamente nacional. Pienso también que el ecuatoriano alberga siempre una esperanza de cambio aun a sabiendas de que la política se encargará finalmente de frustrarla. Y eso, creo yo, no es fruto de un error sino consecuencia de una realidad hartamente repetida.

Las últimas elecciones abren otra oportunidad aunque dejan al país ante igual dilema: ¿será la política capaz esta vez de buscar el bien común resolviendo los problemas comunes? La democracia es el mejor sistema para hacerlo pero creo que Ecuador, como todas o casi todas las naciones latinoamericanas, tiene aún muchos déficits en la materia. Dicho de otra forma: hay democracias reales, sólidas, equilibradas, autovigiladas y autopurgadas que generan progreso a quien las aplica, y hay democracias fingidas, con continente pero sin contenido, que solo enredan y entrampan.

Es curioso ver cómo lo anormal, a fuerza de repetirse, llega a convertirse en normalidad cotidiana; o sea, en paisaje. Dudo que la Asamblea vaya a estar a la altura de una democracia real para facilitar la gobernabilidad del nuevo presidente. Fíjense en esta foto: de las elecciones pasadas a estas no hay un partido con igual nombre y solo un político, Yaku Pérez, ha repetido candidatura aunque bajo otros apoyos. Aparentemente la política ecuatoriana ha mutado por completo en siglas y aspirantes en solo dos años. Esta desnaturalización de lo sagrado en un partido político, con su identidad, su ética, su ideología, sus liderazgos, sus líneas rojas para maniobrar y hasta con su propia historia y nombre, trae nefastas consecuencias. Una es que puede emboscar a iguales perros con distintos collares, otra es que instala el caudillismo sobre los proyectos y las ideas, y otra, quizá la peor, es que propicia bandazos y camisetazos sin piedad entre sus señorías. Sin referentes sagrados que respetar y al libre albedrío no será de extrañar que volvamos a ver esta otra foto: los asambleístas moviéndose por sus prebendas, el indigenismo radical prendiendo el país buscando las suyas y Ecuador hecho jirones por desatención severa. Nadie escribe para equivocarse. Dios quiera que yo sí lo haga.