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La espada de Némesis

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"Porque en estas cosas, como en muchas otras de la vida, lo que vale para el ‘sí’, vale también para el ‘no...’"

La idea de que es necesaria alguna expresión humana que pueda imponerse para mantener el equilibrio en las relaciones del individuo con la sociedad, no es nueva. El concepto de justicia casi que se pierde en la noche del tiempo. Desde el ‘ojo por ojo’ del Éxodo, pasando por Hammurabi, Platón, Justiniano, hasta nuestra era, existe un recorrido fantástico, de evolución y crecimiento. Al punto que lo que está escrito en el papel hoy (en la Declaración de Derechos Humanos, en las Constituciones y leyes del mundo) aplicado tal y como está plasmado -es decir, en fría teoría- es lo más cercano que hemos podido desarrollar a algo parecido a la perfección...

Se dice que hay cuatro tipos de justicia: la distributiva (que determina quién recibe qué), la retributiva (que establece qué castigo corresponde), la procesal (que determina cuán justo se trata a las personas en un juicio) y la restaurativa (que trata de reestablecer las relaciones hacia lo que es justo).

Todos tenemos derecho a un juicio justo -a la tutela imparcial- y a ser juzgados por un juez competente, imparcial e independiente (no lo digo yo, lo dice nuestra Constitución y el mundo civilizado). Precisamente por eso, a la diosa ‘Justicia’ se la representa con los ojos vendados... además, la espada que lleva representa la retribución condigna; y, la balanza, el análisis de los argumentos en juego. La espada que sostiene Justicia pertenece a otra diosa: Némesis. Distinguida como la de la venganza... pero que también es la diosa de algo más importante (aunque menos conocido): la justicia retributiva.

El problema es que, en teoría, no hay diferencia entre la teoría y la práctica, pero en la práctica suelen haber abismos entre ellas. Porque todo eso que en la letra fría representa el manual de instrucciones ideal para regular la sociedad, tiene que ser aplicado por seres humanos que tendemos a equivocarnos, a vernos influenciados por el medio y a temer a los resultados no esperados por el clamor popular.

En países donde el imperio de la ley tiene la preeminencia que corresponde, muchas veces vemos que lo primero que suele discutirse es si el derecho de un transgresor a recibir un juicio justo e imparcial puede ser garantizado. Y cuando no existe esa garantía, ese imperio exige que se busquen correctivos hasta que aquel elemental derecho no se vea transgredido antes de empezar el proceso.

Obviamente, todo esto puede verse vulnerado cuando el afán y el clamor (justo o no, ese no es el punto) de la sociedad y de sus autoridades es suficiente como para enervar o debilitar (consciente o inconscientemente) la imparcialidad de quien debe decidir. Es decir, cuando exigimos que la espada de Némesis corte con el filo de la venganza y no con el de la justicia.

Pero esa exigencia, como la espada misma, tiene doble filo. Porque en estas cosas, como en muchas otras de la vida, lo que vale para el ‘sí’, vale también para el ‘no’, y lo que es igual no es trampa... y quizá mañana te toque a ti o a uno de los tuyos. No hay ninguna duda de que todos vamos a querer un juicio justo y la decisión de un juez competente, imparcial e independiente, cuando los tiros peguen cerca... y allí está la incoherencia: cuando es a otros (más si los odiamos) no importa.

Bueno, creo que tiene que importar. Porque -a este paso- el rasero va a ser idéntico cuando te toque a ti.