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La justicia y su verdad

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Desde las celdas hasta las calles, la sangre derramada se sigue acumulando y nadie sabe cuándo va a ceder la estructura del país

El domingo pasado, en medio de la parálisis política, una nueva masacre carcelaria golpeó al Ecuador. Desde las celdas hasta las calles, la sangre derramada se sigue acumulando y nadie sabe cuándo va a ceder la estructura del país. Cada día que pasa la desesperación ciudadana crece y la catástrofe social se acerca.

En escenarios como estos la gente busca cualquier salvador y ninguna fórmula parece demasiado radical. Ya tenemos prueba de aquello en El Salvador, donde el presidente Bukele advierte que hará pagar a las bandas criminales con el cementerio, la cárcel o el hospital. Con las encuestas a su favor y una oposición debilitada, Bukele sabe que puede ir tan lejos como quiera. Y lo demuestra sin miedo, usando poderes de emergencia para llenar las cárceles, limitando hasta el derecho a la defensa. Pero ni la autoridad de Bukele legitima un poder ilimitado ni las atrocidades de las maras justifican cualquier represión.

Si queremos salvar al Ecuador, no podemos adoptar los métodos de Bukele, aunque parezcan ser la única salida frente a un Estado garantista que no nos puede garantizar ni la paz más elemental. Usar cualquier medio, incluso en el nombre del más noble de los fines, solo nos convertirá en criminales peleando contra otros criminales. Porque no basta con estar del lado del Estado ni luchar contra los delincuentes para defender la justicia. Hay que practicarla, cueste lo que cueste. Aceptar eso no es fácil, pero es necesario para ser justos en verdad.

Lamentablemente, algunos autoproclamados defensores de los derechos se niegan a sincerarse. Prefieren acusar al pueblo desesperado de ignorancia y sed de sangre. Invocan las soluciones a largo plazo que, aunque justas y probadas, no bastan ante una masacre inminente. Sí, son honestos al promover las reformas sociales y administrativas que son la verdadera salida de la inseguridad, pero su verdad se queda tan a medias como las falsas promesas de la represión cortoplacista.

La justicia solo puede brillar si refleja la verdad. Y la verdad es que el camino justo es largo y difícil, incluso imposible sin interpelar con respeto la legítima ira de la gente.