Columnas

Constituciones desechables

¿En serio podría arreglar el grave problema de inseguridad cambiar las leyes para que los militares salgan a las calles? 

Ya hemos hablado de que la política causa náuseas, aversión, sobre todo por la gente que la representa. Ya hemos dicho que las leyes son utilizadas para privilegiar a unos pocos. Hemos insistido en que la Constitución no se respeta, sino que se moldea de acuerdo al gobierno de turno. La Carta Magna no es más ese marco respetable para vivir en sociedad ni la máxima norma: la escupimos, la ignoramos, la usamos como un comodín. Cada vez que un nuevo presidente asoma, le encuentra miles de fallas para ponerla a su favor. Incluso los mismos que la crearon. Pero seguimos justificando al gobernante, de derecha o de izquierda, y decimos “es que las leyes no lo dejan gobernar”. ¿Por qué no exigimos más de la gestión de los funcionarios? ¿En serio podría arreglar el grave problema de inseguridad cambiar las leyes para que los militares salgan a las calles? Como si no hubiera militares involucrados en captación ilegal de dinero y narcotráfico…

No solo es Ecuador, toda Latinoamérica está enferma de corrupción, narcotráfico e inestabilidad. Me pregunto si estamos destinados a ser subdesarrollados, a caer siempre en la trampa del “divide y reinarás”. Castillo, en Perú, quiso disolver el Congreso en un acto dictatorial -desde cualquier punto de vista- y perjudicial para un país que ha tenido seis presidentes en seis años. Argentina oficialmente tiene un 50 % de su población en la pobreza y sigue luchando con un enraizado sistema de corrupción que los ha llevado al borde del abismo. Chile, en su intento por cambiar la Constitución, se chocó con una sociedad que le dijo no a los radicalismos. Hoy Boric se aferra a su bajo porcentaje de aprobación. Venezuela ha empujado a más de cinco millones de personas a huir. Brasil eligió como presidente a un hombre que acaba de salir de la cárcel.

La pandemia nos hizo replantearnos el futuro, pensar en la sostenibilidad de todos los proyectos, personales y colectivos. ¿Hasta cuándo vamos a permitir experimentos, improvisaciones cortoplacistas, constituciones desechables para tapar errores de fondo? Que pague el que viene, parece ser la norma máxima.