Michelle (Emma Roberts) y Allen (Luke Bracey) han saturado emociones, las cuales obligan a considerar sus próximos pasos. Ante ello invitan a sus padres a una reunión para que se conozcan y ofrezcan la ‘sabiduría’ de cómo funciona un matrimonio.

Los de Michelle son Grace (Diane Keaton, Óscar por Dos extraños amantes, 1977) y Howard (Richard Gere). Los de él son Mónica (Susan Sarandon, Óscar por Pena de muerte, 1995) y Sam (William H. Macy). Pero resulta que entre estos ha habido y hay peripecias sexuales.

Michael Jacobs, director y guionista, lleva su obra teatral al lienzo de plata y bosqueja una farsa delineada con ligeros aspectos dramáticos. Lo hace hasta conseguir un filme agridulce, excesivamente hablado y necesitado de algo más de tiempo para concluir la enunciación de sus figuras.

Pero todo queda salvado por la excelencia de sus actores, especialmente el cuarteto que interpreta a los padres: estrellas por derecho propio y magnas figuras del cine setentero en adelante.

La película tiene una llamativa secuencia en sus primeros minutos. Michelle asiste a una boda… la novia está por arrojar sus flores y Allen, preocupado, resuelve que Emma no lo reciba. Así que se lanza a empuñar el manojo: teme casarse y arruinar su bien llevado amor, pasión que el matrimonio puede truncar.

Eso da pie a la base argumental: ¿es que la unión debe ser hasta que la muerte los separe? ¿Puede una pareja vivir junta aunque se escape el amor?

Las respuestas llegan con el filme hoy reseñado, aunque no todos acepten lo mostrado. Pero es aceptable si la ven tal cual es: una película que se llena de matices y cadencias, no siempre exitosas, para atisbar una posible realidad.

Lo llamativo es que son los padres de estos novios quienes muestran los extraños momentos que la vida pueda otorgar a las parejas que llevan años de casados y cuando el aburrimiento -según el largometraje- llega.

Cabe advertir que este filme es apropiado para quienes rechazan ver lo que el cine actual presenta con excesiva repetitividad: superhéroes y todo lo ya escrito en esta columna.

Vuelvo al tema: Diane Keaton, en su plausible rol, es imagen de la mojigatería y el optimismo. Susan Sarandon, de la mujer híper sensual. Gere se convierte en personaje algo baboso, evasivo, en tanto que Macy, en el fondo, da nobleza al sujeto que personifica.

El diálogo, no siempre brillante, tiene buenos momentos de perspicaz ironía, de suspicacia, de amargura y siempre mordaz. Pero hay que estar embebido en la trama para no dejarlos escapar. Una muestra: "Nadie tiene que matar a nadie… el tiempo ya está haciéndolo y lo hace bien”.

O cuando Richard Gere y una camarera observan los jugueteos del amor que expone una juvenil pareja: “Ese ya no es nuestro mundo”. Tremenda realidad cuando ya no se es joven.

Calificación: * * * 1/2

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