Tres discos de estudio y un álbum en vivo le bastaron a Jimi Hendrix (1942-1970) para pasar a la historia como uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos. 

Sus creaciones electrizantes, la manera en cómo hipnotizaba y el arte de hacer con su guitarra lo que le daba la gana sin dejar de tocar sus cuerdas, lo hicieron inmortal.

En un viaje reciente a San Francisco, nos adentramos en Haight Ashbury, el barrio donde este icónico artista vivió antes de morir a los 27 años (ahogado en su propio vómito). 

En la 1524, a menos de dos cuadras de la famosa heladería Ben & Jerry’s, descubrimos la famosa casa roja de estilo victoriano.

En los bajos del inmueble hay una tienda de cigarros y pipas. En la misma calle, tiendas de ropa extravagante de segunda mano, restaurantes que van de comida árabe a mexicana, y vagabundos que semejan a hippies, agolpados en esquinas que ignoran el paso del tiempo. 

La casa, a la que usualmente se podía ingresar, estaba cerrada, pero la magia de Hendrix está ahí, en el ambiente, intacta, luego de 50 años de su muerte, cuya música no solo quedó registrada para siempre a través de sus álbumes, sino también en sus conciertos tales como el de Monterey Pop (1967) y Woodstock (1969).