Tablas de madera sobre ruedas cubiertas de caucho para evitar el acelerado desgaste, andaban por las calles adoquinas de Cuenca. Así cuenta Adolfo Parra, al recordar la presencia de los llamados carretilleros, hombres dedicados a realizar fletes con carga desde los mercados de abasto hacia los hogares. 

Hasta los años 70, los hombres se estacionaban con sus carretillas cerca de los sitios de venta de productos alimenticios para brindar el servicio de transporte. Los usaban principalmente los comerciantes para trasladar bultos o quintales.

Algunos ciudadanos, por falta de dinero para contratar un camión, ocupaban a los carretilleros para el cambio de casa o departamento, llevando en el carruaje sus pertenencias. El costo del servicio era de cuatro reales, es decir, 40 centavos de sucre, moneda de esa época.

Los carretilleros eran fuertes, cada día halaban de una soga colocada alrededor del pecho mientras recorrían las calles morlacas. Por el desnivel de los adoquines, las herramientas del transporte generaban ruido y despertaban a todo el vecindario. El paso de los ‘transportistas ancestrales’ era religiosamente a las 05:45 de cada amanecer, cuenta Parra.

Al mediodía, esos hombres descansaban sobre sus carretillas, a modo de catres, pues quizá para ellos era el único bien y su único sustento, hasta que la muerte los abrace.

Casi a finales de los años 70, 30 carretilleros incluso conformaron una agrupación para defender su trabajo, pero la presencia de las pequeñas camionetas fueron desapareciendo las carretillas, dejando una historia cuencana escrita entre las costumbres y su misión de servicio a cambio de su sustento.