Una botella plástica puede representar para los niños de la comuna Punta de Piedra, en el golfo de Guayaquil, la oportunidad de tener un mejor futuro.

Para los habitantes de este sector con más de 150 familias, que tienen entre 3 y 7 integrantes por hogar, la falta de vías y dinero para financiar el transporte de sus hijos ha obligado a muchos de los pequeños a trabajar desde edades tempranas para ayudar al sustento de sus familias, en lugar de asistir a clases.

“Muchas familias son numerosas, y por pasaje de una sola persona de ida son dos dólares. Al mes, son poco más de 40 dólares y en una casa que gana menos del salario básico, se nos hace imposible siempre mandar al niño a la escuela”, comenta Francisco Máxima, residente de la zona.

Ante esta situación, la fundación ecuatoriana The Social Project, cuyos integrantes empezaron su labor como un grupo de amigos que buscaban ayudar a la comunidad Punta de Piedra y zonas vecinas, ha desarrollado varios programas en el lugar desde hace seis años. Ha instalado comedores públicos, espacios de trueque, huertos y un Aquabus, que es una lancha que lograron conseguir a través de donaciones. Esta última iniciativa, que lleva unos seis meses en práctica, ha dado a las familias la posibilidad de vislumbrar un mejor futuro para sus pequeños, a través de la recolección de plásticos.

Este servicio funciona así: por cada kilo de ese material, entregan a las familias una moneda para canjearla como pasaje, para que de esa manera los jóvenes puedan asistir de forma regular a la escuela Simón Bolívar, ubicada en la comuna vecina, a 30 minutos en lancha.

Se promueve el reciclaje en esta comunidad debido a que para los pescadores del golfo, otro de los problemas que afrontan es la gran cantidad de desechos plásticos en la zona, al punto de que les resulta más fácil encontrarlos que los mismos cangrejos que acostumbran capturar.

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De acuerdo con Washington Ramírez, miembro de la comuna y del grupo Defensores del Manglar, en dos días los pescadores acostumbran recolectar entre 130 y 180 kilos de plástico; mientras que durante el periodo de veda, que es de 45 días, toda la comuna aporta en la recolección y llegan a conseguir en total de 2 a 3 toneladas de forma diaria.

Por esta razón la fundación optó por intervenir dicha zona, pues para Ezequiel Castro, su director, el problema que experimentan por el plástico con el que conviven podría convertirse en un método para devolverles a los niños la posibilidad de estudiar otra vez; permitiendo a su vez a las familias tener más oportunidades de trabajar hallando más especies, al tener un entorno más limpio y sano.

“Las familias no priorizan la educación por su precaria situación. Les toca escoger entre comer y mandar a sus hijos a la escuela, lo que contribuye al ausentismo escolar. Los chicos ya para los 11 años son recolectores de cangrejo... Por eso buscamos alternativas para tener nuevos ingresos para la comunidad y mejorar el nivel educativo”, explica.

En el tiempo que lleva esta iniciativa, la comunidad ha evidenciado una mejora en el nivel educativo. Agapito Risco, presidente de la comuna, detalla que en este sector viven 85 niños y hace un año solo 40 de ellos asistían a la escuela, mientras el resto se dedicaba a trabajar. “La situación ahora es distinta, casi todos los niños van a la escuela, hay más opciones para enviarlos. Incluso ahora nos está quedando corto el bote, porque cumple con el máximo de su capacidad”.

Actualmente, por la crisis de inseguridad que vive el país, varias escuelas aún se mantienen en clases virtuales, incluida la institución a la que asisten los chicos de la comuna. Pero en medio del ‘estancamiento’, este navío cumple con su segundo uso: ser una biblioteca móvil. En la parte superior de esta lancha, se guardan varios libros que van desde clásicos infantiles hasta textos sobre diferentes temas y ciencias, para que los jóvenes puedan así nutrirse de conocimientos.

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Sin embargo, pese a todas las facilidades encontradas, varios de los jóvenes han optado por mantener sus clases en línea y seguir trabajando con sus padres, como en el caso de Santiago Nazareno y Cristopher Medina, de 11 y 13 años respectivamente.

Santiago comenzó a recolectar cangrejos y camarones junto a su padre desde los nueve años. Dice que lo hace para aportar con ingresos para su familia y así llevar más comida a la mesa. “Usualmente trabajo con mi padre los fines de semana y los días que no viene la profesora a la escuela”, dice.

Por su parte, Cristopher lleva un mes trabajando junto a su papá. Que la labor se intensificó a raíz de la crisis de inseguridad en el país, menciona. Afirma que el Aquabus les ha sido de mucha ayuda, pues ha incentivado a más jóvenes a estudiar. “Antes eran pocos los (niños) que se subían, como unos diez. Ahora hasta llenan el máximo de capacidad, que es como 30”, cuenta Cristopher.

Sin embargo, para Risco, el presidente de la comuna, pese a estar agradecido con la fundación y las acciones que ha llevado a cabo, este medio de transporte resulta insostenible a largo plazo, pues considera que la solución definitiva sería la construcción de una escuela en su propia comuna.

Sobre ese punto, la fundación ha puesto cartas en el asunto con recursos donados para adaptar una escuela en un inmueble de la localidad, pero argumentan que aún requieren de la intervención del sector público para agilizar los procesos.

“Eso evitaría que los chicos viajen treinta minutos en lancha a la escuela más cercana y daría la posibilidad de que los jóvenes no deban ser enviados a la ciudad para continuar sus estudios. Hoy con este tipo de proyectos, muchos hablan de querer hacer algo similar a futuro, de crear. Hablan de crecer, tienen planes. Por eso nuestra idea de tener un plantel mucho más cerca, para que todos tengan esas ideas”, manifiesta Risco.

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