Gilmar Napa contagia con la máxima impronta de su eficacia. Se ha erigido en pieza memorable de la selección nacional a golpe de fuerza, ingenio y fiereza competitiva en un Mundial Sub-20 que no espera a nadie. El fútbol pide pruebas de fiabilidad a cada rato; manda la inmediatez.

Y es que Napa asombra, su eficacia se considera innata, sus aciertos no son casuales. Un fabuloso # 1 necesita del adecuado respaldo del # 2: el central Chistian García, nacido en España, quien jugó en el Real Madrid y hace historia en la Tri. Napa, arquero moderno provisto de un modelo tan claro como exigente.

Transmite liderazgo firme, solo al alcance de las grandes figuras en esta Copa del Mundo. Su crecida es imparable.

En la era del ‘big data’ transmite tanta superioridad que se sale del catálogo, porque su rasgo se encuentra en los rápidos reflejos, olfato e intuición. Juega con la propiedad de los que nacen enseñados. Vuela alto con incontestable autoridad.

Es garantía absoluta en el área, sin poses teatrales de los que se saben estrellas. Lo primero que ve es dónde está parado. El punto penal es una referencia importante. Contenedor de centros filosos, notable en salida aérea. Elige bien el lugar donde ir a buscar la pelota, al punto más alto del balón.

No espera que el esférico caiga y le quede lejos. Su cuerpo tiene un balance impresionante. Es un golero que viene desde atrás y tiene un segundo de más para saber qué hacer. Hay pelotas que caen al lado del palo; él las aprieta y las aleja.

En el Mundial Sub-20 es imposible disociar al optimista Ecuador de un nombre enorme: Gilmar Napa. El área le queda pequeña por su dimensión de jugador.

Si Gilmar Napa no estuviera, el país lo echaría de menos con la más doliente de las añoranzas.