La habilidad de Mozart como compositor fue, posiblemente, única en la historia de la música. Fue, quizás, el más grande melodista que haya existido, y al mismo tiempo, sus habilidades técnicas como armonista, polifonista y orquestador fueron extraordinarias. Finalmente, fue un dramaturgo de singular genio; su conocimiento y penetración en la condición humana y su habilidad de expresarlas musicalmente sorprenden y encantan a mente y oídos. Mozart tenía una imaginación, una visión musical interna de tal riqueza, belleza e intensidad que no existen palabras para describirla. Fue extraordinario y sus óperas, más que cualquier otro género que él haya practicado, encarnan toda la extensión de su genio.

En su estudio Ópera como drama, Joseph Kerman escribe: “Las cuatro grandes óperas de Mozart -Flauta Mágica, Bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte- muestran en forma paradigmática cómo la música puede fuertemente moldear la forma dramática... la fuerza y elocuencia de Mozart, su impecable respuesta a la acción, su control sobre la riqueza dramática del ensamble, su sensibilidad a los personajes en las arias, su famosa ingenuidad, simpatía, delicadeza y humor, su soberbio sentido de lo artístico -todo esto es lanzado para moldear una concepción dramática única-. La reivindicación de la ópera como drama se presenta en triunfos únicos y ocasionales; entre estos, Mozart nos ha legado los más preciosos ejemplos”.

Con la Flauta Mágica de Mozart nace una tradición operática alemana. La ópera alemana crece de la tradición popular del “singspiel”; elementos de esta nueva ópera alemana incluyen:

• Melodías adecuadas a las características del idioma alemán

• Argumentos y líneas de historias basadas en relatos folclóricos e imaginativos, que muestran una preferencia muy distintiva por caracteres y situaciones sobrenaturales.

El “singspiel” es, por lo tanto, con las características recién anotadas - y la ausencia de recitativos secco y la presencia de diálogos-, la verdadera raíz de una tradición operática alemana.