El muro de las mentiras

En 1895, el inmigrante alemán Frederick Trump llegó a EE. UU. y alentado por la Fiebre del Oro que invadía el Oeste logró hacer fortuna. Su primer hijo varón, Fred, se casó con una inmigrante escocesa, Mary McLeod, que arribó a Nueva York con más sueños que dinero en su cartera: tenía apenas US$ 50. El tercer hijo de ambos, al que llamaron Donald, se casó por primera vez con una inmigrante checoslovaca, Ivana Zelnícková, y por última con otra, la eslovena Melania Knauss.

Antier, a las 22:00 horas locales, ese nieto, hijo y esposo de migrantes anunció oficialmente lo que ya había avisado desde que fue elegido presidente de EE. UU., un país con 46 millones de inmigrantes: “Voy a construir el muro (en la frontera sur); lo haré de acero transparente”. Cumplía así lo que había ofrecido cuando se preguntó: “¿Por qué tenemos a toda esa gente de esos países de mierda llegando aquí?”. Se refería, aclaró luego, a México, Haití o El Salvador.

El problema de Trump no es su desmemoria, sino sus mentiras. Según la Oficina de Censo de su nación, el 23 % de los migrantes de esos “países de mierda” trabajan en construcción y mantenimiento y un 19 % en transporte. Y son los que más posibilidades tienen de lograr un empleo: su mano de obra es más barata e indispensable.

Tampoco es cierto que se frenará el ingreso de drogas por la frontera, puesto que su propia agencia antinarcóticos, DEA, reconoce que entran mayormente por puntos legales y no por donde se edificaría el muro. Algo que acaban de ratificar en Nueva York varios testigos utilizados por la Fiscalía en el juicio contra el jefe del Cártel de Sinaloa, ‘el Chapo’ Guzmán.

Construir murallas no resuelve ningún problema. No le sirvió a Jericó para protegerse de las huestes de Josué. Ni a los troyanos, invadidos por un Caballo repleto de guerreros griegos. Y hace 30 años, en Berlín, su oprobioso muro fue derribado por los aires de cambio que barrieron el comunismo soviético. La fuerza y el coraje que mueven a los inmigrantes, sean del país que sean, históricamente han derribado muros. Y lo volverán a hacer: porque sobre el acero siempre pasará el viento.